jueves, 9 de marzo de 2017

La entrada al templo


El miércoles por la noche, se presentaron los carteles de la feria más importante del mundo: San Isidro, el eterno gran escaparate, donde, generalmente con justicia, se da y se quita, se triunfa o se fracasa, se llega a la cima o la piedra vuelve a rodar inmisericordemente cuesta abajo.  Es el primer San Isidro de la empresa compuesta por Simon Casas y Nautalia Viajes, la pareja por colleras que se anuncia como Plaza 1. La gala de presentación, dentro de una carpa montada en el ruedo de Las Ventas, fue algo inédito en el mundo del toro. La llegada de aires franceses, sin duda, ha aportado “grandeur” y “glamour”, algo que no está de más y que, por otra parte, ayuda a que el toro tenga, de una vez, visibilidad en los medios generalistas. Incluso grandes marcas comerciales como Maserati patrocinaron el evento. Un triunfo.


Sin embargo, no dejaba de resultar extraño estar cenando sobre el ruedo, en los terrenos de la contraquerencia, donde tantas veces exigimos que se pique en el sitio; o llegando al tercio, donde aquel par de banderillas que nos cerró la boca del estómago; o frente a la puerta de chiqueros, donde aquella porta gayola y aquella cornada que dejó un reguero de sangre hasta la puerta de la enfermería. A pesar de la pirotecnia de Plaza 1, todo seguía allí, imperturbable, como esperando pasar factura: el reloj, el túnel de cuadrillas, el burladero de matadores, el camino hacia la Puerta Grande.


Ante las cuarenta mesas diseminadas por el ruedo, permanecían sentados algunos hombres con los pies en la tierra. Toreros secos, indispensables, con las zapatillas atornilladas en la realidad; toreros que no olvidan quiénes son. Anoche, iluminados por los cañones de luz azul, se presentaron los carteles que decidirán su futuro. Anoche se repartieron las cartas de la baraja. Ahora la suerte está en sus manos, en sus muletas y en sus espadas.


Porque, al final, como escribió el poeta, "vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Esta muerte que nos acompaña de la mañana a la noche, insomne, sorda, como un viejo remordimiento o un vicio absurdo". Y eso es algo irremediable, intrínseco a esta vieja Fiesta. Las Ventas es un templo que, a las siete de la tarde, no entiende de frivolidades. 

1 comentario:

  1. Magnífico comienzo y genial crónica Gloria.
    Ojalá la realidad de la tauromaquia vuelva de nuevo al ruedo.

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