lunes, 29 de junio de 2015

El secreto de saber mirar


Al principio, pensaba que lo quería porque era mío. Uno siente afecto por aquello que posee, aunque sea feo. Después, con el tiempo, llegué a la conclusión que lo quería porque, realmente, era bonito. No diría que un paraíso, pero sí un lugar con encanto. Al fin y al cabo, se trata de mi pueblo y es humano sentir orgullo por el sitio donde se ha nacido. El secreto de vivir en Algeciras consiste en saber mirar. Puede que se trate de algún síndrome producido por los vendavales de levante, no lo descarto. Sin embargo, la luz y el mar -mezclados con la miseria- también influyen en este cariño por los orígenes; sin olvidar la desembocadura del río Palmones, la playa de Getares, la sempiterna silueta del Peñón, la despreocupación de los vecinos, las campanadas de la iglesia de La Palma (en Madrid rara vez se escuchan las campanas), las paredes encaladas del barrio de San Isidro, el pescado fresco a la venta en el mercado, las palmeras del parque María Cristina y la casa donde uno se ha criado. Regresar a Algeciras implica reajustar una brújula interior; comprobar que, en el fondo, todo sigue igual, al menos en lo fundamental.


Los que han nacido en un lugar "naturalmente bello" tienen más fácil el asunto de saber mirar... Algunos opinan que amar una ciudad como Algeciras conlleva su mérito. En casos extremos, los jureles de Tarifa ayudan.

Fotos realizadas en junio de 2015

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