miércoles, 11 de marzo de 2015

En primavera los dioses viven en Tipasa

Ruinas de Bolonia (Cádiz)

"L'Espagne sans la tradition ne serait qu'un beau désert" / "España, sin tradición, no sería más que un bello desierto", escribió Albert Camus en 1954. El autor de L'Été -ensayo al que pertenece esta cita-, aunque no encajaba en casi ninguna parte, venía del sur y tenía raíces españolas. Nacido en Mondovi, casi en la frontera con Túnez, amaba la vida, el sol, el mar, la amistad y las mujeres. Se sentía mediterráneo, como las ruinas fenicias de Tipasa, situadas en la costa argelina, muy similares a las gaditanas de Bolonia.

Ruinas de Tipasa (Argelia)

"En primavera los dioses viven en Tipasa, y los dioses hablan en el sol y el olor de los ajenjos, en la mar con coraza de plata, en el crudo azul del cielo, en las ruinas cubiertas de flores, y en la luz que surge a borbotones entre los amasijos de sus piedras. A ciertas horas la campiña se ve quemada por el sol. Los ojos intentan en vano atrapar algo más que las gotas de luz y color que palpitan al borde de las pestañas. El intenso perfume de las plantas aromáticas cosquillea en la garganta y el enorme calor las sofoca.

[…] A la izquierda del puerto, una escalera de resecas piedras conduce hasta las ruinas, entre retamas y lentiscos […] Vamos al encuentro del amor y el deseo. No buscamos lecciones, ni la amarga filosofía exigida a la grandeza. Fuera del sol, de los besos y perfumes salvajes, todo nos parece fútil […] Es el gran libertinaje de la naturaleza y el mar que me acapara por entero. En este maridaje de primavera y ruinas, las ruinas se han convertido en piedras, y perdiendo la impronta dejada por el hombre, han vuelto de nuevo a la naturaleza. Y al regreso de estas hijas pródigas, la naturaleza las ha colmado de flores. Entre las losas del foro, el heliotropo asoma su redonda y blanca cabeza, y los rojos geranios vierten su sangre sobre los que fueran templos, casas, y plazas públicas […] Hoy, por fin, los abandona su pasado, y ya nada los distrae de esa profunda fuerza que los arrastra hasta el mismo centro de cuanto se derrumba.


[…] Recorría uno tras otro todos los rincones, y cada uno me reservaba una recompensa, como ese templo cuyas columnas miden el recorrido del sol y desde donde se puede ver todo el pueblo, sus muros blancos y rosas y sus barandillas verdes. Al igual que esta basílica sobre la colina oriental: ha conservado sus muros y en un gran radio a su alrededor se alinean sarcófagos exhumados, la mayor parte apenas despojados de la tierra de la que aún participan […] Qué pobres son quienes necesitan mitos.

[…] Aquí comprendo lo que llaman gloria: el derecho a amar sin medida. Sólo hay un amor en este mundo. Estrechar un cuerpo de mujer es también retener contra sí esta extraña alegría que desciende del cielo hacia el mar. Dentro de un momento, cuando me arroje a los ajenjos para hacerme entrar su perfume en el cuerpo, tendré conciencia, contra todos los prejuicios, de realizar una verdad que es la del sol y será también la de mi muerte. En cierto sentido, lo que aquí juego es mi vida, un sabor a piedra ardiente, llena de los suspiros del mar y las cigarras que comienzan a cantar ahora. La brisa es fresca y es azul el cielo. Amo esta vida con abandono y quiero hablar de ella libremente: pues me da el orgullo de mi condición humana. A menudo me han dicho, sin embargo, que no hay de qué gloriarse. Sí, hay de qué: este sol, este mar, mi corazón que brinca de juventud, mi cuerpo con sabor a sal, la inmensa decoración en que la ternura y la gloria se dan cita en el amarillo y el azul. A conquistar esto debo aplicar mi fuerza y mis recursos. Todo aquí me deja intacto, nada mío abandono, ninguna máscara reviso: me basta aprender pacientemente la difícil ciencia de vivir, que bien vale el saber vivir de los demás" (Bodas en Tipasa, 1939).

Camus en Tipasa

Diez años más tarde, en 1949, Camus enviaba la siguiente carta a su amigo René Chart: "La vérité est qu’il faut rencontrer l’amour avant de rencontrer la morale. Ou sinon, les deux périssent. La terre est cruelle. Ceux qui s’aiment devraient naître ensemble. Mais on aime mieux à mesure qu’on a vécu et c’est la vie elle-même qui sépare de l’amour. Il n’y a pas d’issue - sinon la chance, l’éclair - ou la douleur" / "La verdad es que hay que conocer el amor antes de conocer la moral. O, si no, los dos perecen. La tierra es cruel. Aquellos que se aman deberían nacer juntos. Pero se ama mejor a medida que se ha vivido, y es la misma vida la que separa el amor. No hay salida -salvo la suerte, la luz- o el dolor".

Vista de Lourmarin

Camus era un hombre de profundas contradicciones. En él chocaban, incesantemente, la realidad y el deseo. Tras ganar el Premio Nobel de Literatura, París le asfixiaba, pero tampoco podía regresar a Algeria. En busca de una solución intermedia, en 1958, compró una casa de dos plantas con contraventanas azules y un gran balcón en Lourmarin, una hermosa villa de la Provenza. Aquella decisión revelaba el deseo de Camus de regresar a los orígenes, a su única patria, la de su infancia, pobre y solar.

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