domingo, 9 de noviembre de 2014

Un mundo a medias, un mundo de ruina


El 9 de noviembre de 1989, hace exactamente 25 años, mientras Madrid celebraba la festividad de la Virgen de la Almudena, "cayó" el Muro de Berlín, "una cosa fea y sucia" que dividió Alemania, y toda Europa, en dos durante la Guerra Fría. Probablemente, la gran novela sobre este "Muro de la Vergüenza", fuente inagotable de confidentes, agentes secretos, soplones y delatores, fue El espía que surgió del frío, escrita por John Le Carré en 1963.
 
 
"Había sólo una luz en el puesto de control, una lámpara de lectura con pantalla verde, pero el fulgor de los reflectores llenaba la caseta como un claro de luna artificial. Había caído la oscuridad, y con ella, el silencio. Hablaban como si tuvieran miedo de que les oyesen. Leamasse acercó a la ventana a esperar: ante él estaba la carretera, y a ambos lados el muro, una cosa fea y sucia de bloques de cemento perforado y cabos de alambre de espino, alumbrada con una barata luz amarilla, como un telón de fondo que representase un campo de concentración. A oriente y occidente del muro quedaba la parte sin restaurar de Berlín, un mundo a medias, un mundo de ruina, dibujado en dos dimensiones; despeñaderos de guerra".
 
 
En 2001, la periodista Teresa Guerrero escribía el siguiente artículo en El Mundo:
 
"El 13 de agosto de 1961, las autoridades soviéticas y de Alemania Oriental decidieron aislar la parte oriental de Berlín para detener el éxodo de ciudadanos hacia Occidente y ordenaron la colocación de las primeras alambradas. La construcción del muro comenzó unos días después, el 18 de agosto. Para entonces, muchos habían huido ya, y muchos otros siguieron intentándolo a pesar de la mole de hormigón. Alrededor de 250 personas pagaron con la vida su osadía de pasar al otro lado. Para Occidente era el «muro de la vergüenza». Para el Este, su barrera contra el fascismo. Su caída el 9 de noviembre de 1989, 28 años después de su construcción, fue el comienzo del fin de los regímenes comunistas en Europa Oriental. Pero el muro de Berlín no cayó en un día ni en un otoño, como escribía Gorvachov en su libro «Cómo fue. La reunificación alemana». Y es que el empeño de los berlineses en recuperar su libertad hizo posible que el Telón de Acero que había dividido en dos al mundo pasase a formar parte del pasado".
 
 
Sin embargo, algunos alemanes tuvieron el valor de recorrer el camino "a la inversa", de ir a la contraquerencia, es decir, del Berlín capitalista al comunista. Recuerdo un revelador fragmento del libro Historia del presente, de Thimothy Garton Ash, donde se hablaba de Werner Krátschell. A pesar de las persecuciones de la policía secreta, hasta la apertura del muro en 1989, aquel sacerdote convirtió su parroquia en un asilo para los disidentes:
 
"El pasado fin de semana llevé a mi hijo mayor, Thomas, de diez años, a visitar a su padrino en Berlín. El padrino de Thomas, Werner Krátschell, es un sacerdote germanooriental de historia notable. Cuando Alemania del Este quedó separada del lado Oeste por la construcción del Muro de Berlín, en agosto de 1961, Werner estaba de vacaciones en la zona occidental. Y tomó una decisión extraordinaria: mientras miles de germanoorientales intentaban salir como fuera, él decidió regresar. «La gente me necesitará», dijo. Y desde luego que le necesitaban. Durante veintiocho largos años, Werner hizo todo lo que podía hacer un clérigo para aliviar el sufrimiento causado por la dictadura comunista, con valor y sentido del deber".
 
 
Han pasado 25 años, pero las cosas no han cambiado tanto. Europa sigue a medias y en ruinas, "como una sardina muerta y podrida". Pero siempre "Podemos" ir a peor de manos del camarada Pablo Iglesias.
 

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