viernes, 7 de noviembre de 2014

Bagatelas de otoño

"Sigue, sigue adelante y no regreses,
fiel hasta el fin del camino y tu vida,
no eches de menos un destino más fácil,
tus pies sobre la tierra antes no hollada,
tus ojos frente a lo antes nunca visto"
(Luis Cernuda)
 

Yo soy un hombre que ha salido de su casa por el camino, sin objeto, con la chaqueta al hombro, al amanecer, cuando los gallos lanzan al aire su cacareo estridente como un grito de guerra y las alondras levantan el vuelo sobre los sembrados.

De día y de noche, con el sol de agosto y con el viento helado de diciembre, he seguido mi ruta al azar, unas veces asustado ante peligros quiméricos y otras sereno ante peligros verdaderos.

Para entretener mi soledad he ido cantando, silbando, tarareando canciones alegres o tristes, según el humor y el reflejo del ambiente en mi espíritu.

A veces, al pasar por delante de una casa del camino, cantaba más alto, gritaba, quizá con jactancia, queriendo ser escuchado.“Alguna ventana se abrirá—pensaba—, y aparecerá un rostro simpático y jovial”.

No se abría ninguna ventana, no salía nadie; yo insistía cándidamente, e iban brotando de aquí y de allá caras torvas, miradas hostiles, gente en guardia, que apretaba el garrote entre las manos huesudas.

—Quizá les he ofendido —discurría yo—. Esa gente no quiere nada conmigo—seguía mi marcha al azar, con la chaqueta al hombro, sin objeto, cantando, tarareando y silbando…

Durante mucho tiempo la soledad, el graznido de las lechuzas, el aullido de los lobos me llenaban de angustia y de inquietud. Entonces intentaba acercarme a la ciudad; pero al querer entrar en ella me paraban en la puerta y me ponían como condición el dejar a la entrada unos sueños gratos, más gratos que la vida misma.

—No, no; prefiero volver al camino—murmuraba. Algún camarada me dice:—Descansa aquí. ¿Por qué no vivir entre las gentes? Hay remansos tranquilos, rincones donde los hombres no nos miramos torva y amenazadoramente.

—Amigo —respondo—, soy un hombre de paso, que se mueve y no arraiga, una hoja en el viento, una gota de agua en el mar. Ahora la soledad no me entristece ni asusta. Ahora conozco el árbol en que cantan los ruiseñores y la mirada confidencial de la estrella y encuentro suaves las inclemencias del tiempo y admirables las horas silenciosas del crepúsculo en que una columna de humo se levanta en el horizonte.

Y así sigo, con la chaqueta al hombro, por este camino que no he elegido, cantando, silbando, tarareando.

Y cuando el Destino quiera interrumpirlo, que lo interrumpa. Yo no protestaría.
 
Pío Baroja, "Desde la última vuelta del camino"
 
Obras de Godofredo Ortega Muñoz
 


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