viernes, 12 de septiembre de 2014

El último encuentro


La noche todavía está viva en medio del bosque, la noche con todo lo que está palabra esconde: la presa, el amor, el ir y venir, la conciencia de la alegría gratuita de vivir y de la lucha por la vida. Es el momento en que ocurren cosas no solamente en las profundidades del bosque, sino también en el fondo oscuro de los corazones humanos. Porque los corazones humanos también tienen sus noches, colmadas de una pasión tan salvaje como la pasión de la conquista y de la caza que anida en el corazón del ciervo o del lobo. El sueño, el deseo, la vanidad, la egolatría, la ira del macho sediento de placer, la envidia, la venganza, todas las pasiones anidan en la noche del alma humana, siempre al acecho, como el zorro, el buitre o el chacal en la noche de los desiertos de Oriente.

[…] Todas las grandes pasiones son desesperadas: no tienen ninguna esperanza, porque en ese caso no serían pasiones, sino acuerdos, negocios razonables, comercio de insignificancias.


[…] Es la mayor tragedia con que el destino puede castigar a una persona. El deseo de ser diferentes de quienes son: no puede latir otro deseo más doloroso en el corazón humano. Porque la vida no se puede soportar de otra manera que sabiendo que nos conformamos con lo que significamos para nosotros mismos y para el mundo. Tenemos que conformarnos con lo que somos, y ser conscientes de que a cambio de esta sabiduría no recibiremos ningún galardón de la vida: no nos pondrán ninguna condecoración por saber y aceptar que somos vanidosos, egoístas, calvos y tripudos; no, hemos de saber que por nada de eso recibiremos galardones ni condecoraciones. Tenemos que soportarlo, éste es el único secreto. Tenemos que soportar nuestro carácter y nuestro temperamento, ya que sus fallos, egoísmos y ansias no los podrán cambiar ni nuestras experiencias ni nuestra comprensión. Tenemos que soportar que nuestros deseos no siempre tengan repercusión en el mundo. Tenemos que soportar que las personas que amamos no siempre nos amen, o que no nos amen como nos gustaría.
 
 
[…] Hay personas a las que todo el mundo quiere, a quienes todo el mundo regala con una sonrisa, a quienes todos miman y perdonan, y esas personas generalmente tienen algo de coquetas, algo de prostitutas […] Las personas en cuya frente brilla una señal divina que muestra que son protegidas de los dioses, se saben seres elegidos, y por eso hay algo de vanidad y de seguridad exagerada en su manera de presentarse a los demás […] Esto es lo máximo que un ser humano puede obtener en la vida. Es la mayor gracia. Pero quien se confía, quien se vuelve arrogante o altivo, quien no puede soportar con humildad los agasajos del destino, quien no percibe que ese estado de gracia solamente dura mientras no se malgaste el regalo de los dioses, ése sucumbirá. El mundo sólo perdona, y sólo momentáneamente, a los puros y humildes de corazón.
 
Fragmento del libro "El último encuentro" de Sándor Marai (1942)

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