lunes, 10 de marzo de 2014

Toreros de bambú


Existen toreros que siguen usando una caña de bambú como ayuda. O que torean monterados. Casi nadie los comprende. Son de otra época. Los últimos románticos, tal vez. Realizan una tauromaquia extraña, sobre los pies, nada parecida al ballet, y excesivamente vigorosa para estos tiempos que corren. ¡Ah! Y jamás les suenan los avisos. Todo resulta raro. Por eso, de vez en cuando, el público les pita o demuestra ante ellos una dolorosa indiferencia. Es como si en el restaurante de Ferrán Adriá, en vez de la ensalada con tomates esféricos, muelles de aceite de oliva y lazos de zanahoria con sorbete concentrado de mandarina, sirvieran una olla de lentejas. Por si fuera poco, estos toreros, que lidian unos bichos que de vez en cuando tiran bocados, no se ponen bonitos. ¡Y se van de la plaza sin cortar orejas a porrón! Puffffff, ¿qué contar mañana a los compañeros de la oficina? ¿Que nadie salió a hombros ni hubo indulto? ¡Qué poco cool!
 

Así está el patio. Rafaelillo, Fernando Robleño y Javier Castaño, con sus respectivas cuadrillas, anduvieron poco cool ante los guapos Adolfos. A cambio estuvieron hechos unos tíos, muy por encima de los siete toros que asomaron por el ruedo de Valencia. Rafaelillo -que en un gesto de hombría brindó a su compañero Antonio Ferrera- sorteó el lote más peligroso y, por tanto, el más entretenido para los espíritus trogloditas. Se fajó con arrojo y dio una merecida vuelta al ruedo tras pasaportar a su primero. Robleño, que tiene la negra, se llevó los dos peores toros, descastados e intoreables. Al quinto bis le metió un sopapo que lo dejó tiritando. Tras el estoconazo, él mismo resumió su tarde con la siguiente frase: "Imposible hacer más". En cuanto a Castaño, realmente valiente, tragó quina esforzándose en torear muy despacio. Lástima que la espada siga fallando. Entre los hombres de plata, destacaron Ángel Otero, Pascual Mellinas, Marco Galán, Fernando Sánchez y David Adalid, que sufrió una fea paliza en el sexto. La corrida de Adolfo Martín salió floja y descastada, con los toros doblando las manos y sin soportar más que dos picotazos de trámite. 
 
 
Sin embargo, este toreo incomprendido, a menudo ruinoso y otras grandioso, casi a extinguir,  sigue llenándome más que el paripé social de Olivenza. Con esto no quiero decir que exista sólo un camino, pues considero perfectamente viable -y deseable- que convivan ambas "tauromaquias", pero con justicia y coherencia: no le pidamos a Adriá un cocido tradicional ni a Casa Paco una tortilla deconstruida.
 

Fotografías de Fran Jiménez, Aplausos y ABC
 

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