lunes, 31 de marzo de 2014

El Machado equivocado (retrato de un dandi andaluz)

Yo, poeta decadente.
Yo, poeta decadente,
español del siglo veinte,
que los toros he elogiado,
y cantado
las golfas y el aguardiente
y la noche de Madrid,
y los rincones impuros,
y los vicios más oscuros
de estos bisnietos del Cid:
de tanta canallería
harto estar un poco debo;
ya estoy malo, y ya no bebo
lo que han dicho que bebía
.

El pasado sábado, en su columna diaria en el ABC, Antonio Burgos le pegó un pase del desprecio a algunos sevillanos, muy amantes de los monumentos, e incapaces de entender la obra poética de Antonio Machado.
 
Hablaron del monumento a Antonio Machado y aquí viene la incorrección de mi artículo sabatino. Vamos a ver, póngase la mano en el pecho, ahora que celebran al Greco en Toledo, y dígame en conciencia: ¿a qué Machado le debe en verdad Sevilla un monumento? ¿A Antonio o a Manuel, el que prefería la Macarena a Montmartre, el que mamó Sevilla en Triana con su abuela, el del piropo insuperable del "...y Sevilla"? ¿Qué hizo Antonio Machado por Sevilla? Pues casi, casi lo que Pilar Bardem: nacer aquí. A los ocho años se fue. Se quedó, pues, con "mi infancia son recuerdos" de un etcétera.
 

Un olé por el señor Burgos que, al fin, pone las cosas en su sitio y rehabilita al pobre Manuel, algo que ya hizo en su día Juan Ramón Jiménez con una hermosa semblanza:
 
De toda su poesía se desprende esta bella sentencia: olvidarlo todo por una mujer o por un vaso de vino [...] ¿Ha llorado alguna vez? Se parece un poco a Fuentes, el torero. Y estoy seguro de que tiene en casa un capote celeste y oro, de paseo. Es caprichoso; cree en Venus y la cree más de carne que de estrella. Si tuviéramos que dividir entre los dos a una mujer, ninguno de los dos reñiríamos por la parte que habría de tocarnos; mía sería de cintura para arriba; él querría movimiento de salamandra partida. Es, gracias a Dios, un decadente. Ama el peligro y, como Rusiñol, haría un discurso contra el sentido común [...] ¿Poeta femenino, débil, funambulesco, contradictorio? En su escudo podría ir bien este lema: "A mí, ¿qué?" o "¿qué importa?" o "¿qué más da?". Es sinuoso como un cuerpo de mujer. Y como a un cuerpo de mujer se le termina pronto el encanto y no se le termina nunca [...] Admiro a Manuel Machado porque sería capaz de suicidarse de intensidad de amor súbito, de ahogarse con un pecho de mujer, de cortarse la garganta con un cabello rubio. Y es capaz, sobre todo, de olvidar después [...] Y aquí está, en Madrid, trabajando poco, amando lo que pasa a su lado, muriéndose un poquito cada día, pero sin melena, sin gesto romántico, con la coleta desrizada debajo del sombrero y embozado con una capa andaluza que quizá tiene vueltas de seda de París.
 

Ramón Gómez de la Serna también destacó que Manuel era un dandi andaluz aterido de frío en Madrid.
 
Durante toda mi vida le he visto pasar por las calles de Madrid como andaluz que se escabulle al aire peligroso del invierno madrileño, haciendo un quite a los cuernos del Guadarrama, arremetido por las esquinas. Simpático, marchoso, generoso, Manuel Machado defendía la cordialidad de la casa de los Machado. Siempre nos saludábamos cortando el aire con la mano, como haciendo lonchitas de jamón con el aire del saludo. Él con su andaluz inolvidado después de tantos años de Madrid y yo madrileño imitando su andaluz.
- ¡Adiós, don Manuel!
[...] Dicharachero, consciente, dentro de esa alegría del mundo que le ha tocado vivir perentoriamente [...] Manuel Machado, alegre, con sus dientes mellados de gracioso, con sus ojos pequeños y agudos de soñador, con su risa cariñosa y cumplida de gran poeta, me saludaba como desde su tendido de sol.
 

Pero quienes mejor conocían a Manuel Machado no eran sus amigos abonados a los toros y a la poesía. Era el propio Manuel. He aquí su retrato. Sin duda, habría sido un buen banderillero.
 
Ésta es mi cara y ésta es mi alma: leed.
Unos ojos de hastío y una boca de sed...
Lo demás, nada... Vida... Cosas... Lo que se sabe...
Calaveradas, amoríos... Nada grave,
Un poco de locura, un algo de poesía,
una gota del vino de la melancolía...
¿Vicios? Todos. Ninguno... Jugador, no lo he sido;
ni gozo lo ganado, ni siento lo perdido.
Bebo, por no negar mi tierra de Sevilla,
media docena de cañas de manzanilla.
Las mujeres... -sin ser un tenorio, ¡eso no!-,
tengo una que me quiere y otra a quien quiero yo.

Me acuso de no amar sino muy vagamente
una porción de cosas que encantan a la gente...
La agilidad, el tino, la gracia, la destreza,
más que la voluntad, la fuerza, la grandeza...
Mi elegancia es buscada, rebuscada. Prefiero,
a olor helénico y puro, lo "chic" y lo torero.
Un destello de sol y una risa oportuna
amo más que las languideces de la luna
Medio gitano y medio parisién -dice el vulgo-,
Con Montmartre y con la Macarena comulgo...
Y antes que un tal poeta, mi deseo primero
hubiera sido ser un buen banderillero.
Es tarde... Voy de prisa por la vida. Y mi risa
es alegre, aunque no niego que llevo prisa.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario