miércoles, 5 de febrero de 2014

Música y Tauromaquia en Filadelfia

En su libro El toreo y las luces, Aquilino Duque cuenta una simpática anécdota que protagonizó Pepe Luis Vázquez cuando, en una ocasión, fue invitado a un concierto en la Academia de Música de Filadelfia. Aunque la orquesta la creó Fritz Scheel en 1900, adquirió prestigio internacional a partir de 1912, con Leopold Stokowski como director principal. A causa de su parecido físico o quizás por la emoción del momento, el torero de San Bernardo confundió a Stokowski con Diego del Gastor, nombre artístico del guitarrista flamenco Diego Amaya Flores (el apodo provenía de los años en que el artista vivió en El Gastor, un pueblecito de la sierra de Cádiz, donde pasó su infancia). Pues he aquí que, un buen día, Diego del Gastor y Pepe Luis, imaginariamente, coincidieron en Filadelfia. Y esto fue lo que sucedió:
 
Diego del Gastor y Leopold Stokowski
 
"Vivía en Estados Unidos un español que cada vez que tocaba en Nueva York o Filadelfia el barco que llevaba a México a los toreros españoles, acudía al puerto a saludarlos y, a la ida o a la vuelta, los agasajaba y les enseñaba el país. En una ocasión les propuso ir a un concierto en la célebre Academia de la Música de Filadelfia. La cuadrilla no mostró demasiado entusiasmo, pero Pepe Luis aceptó. Ocuparon los músicos sus puestos; hicieron los instrumentos sus gargarismos; se apagaron las luces de la sala, apareció con paso resuelto el director, que se colocó frente al atril entre los aplausos del público. Pepe Luis no daba crédito a sus ojos. Aquel hombre era el guitarrista Diego el de El Gastor. El mismo pelo blanco habilidosamente peinado y el mismo ademán al tomar la batuta e inclinarse sobre el atril de cuello de la sonata. Del estupor de ver a la figura o la contrafigura de Diego el de El Gastor en tan insólito lugar, Pepe Luis pasó al asombro de la música que escuchaba, hasta el punto de que, al concluir un compás o un movimiento, se le escapó un ¡olé! involuntario. Tierra, trágame. Un color se le iba y otro se le venía. Seguro que miles de ojos expresaban su furibunda reprobación. Al terminar la pieza y responder a la ovación delirante, el doble aquel de Diego el de El Gastor -que, por la época en la que ocurrió el lance, no tenía más remedio que ser Leopoldo Stokowski- envió un saludo sonriente a la fila de butacas de donde había saltado aquel ¡olé! extemporáneo. La pieza era una sinfonía de Mozart".
 

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