martes, 18 de febrero de 2014

La tarde en que Belmonte le brindó un toro a mademoiselle Charlotte

Plaza de toros de Toulouse
 
En el mes de enero de este año [1913] Belmonte y Posada fueron contratados para torear en la plaza de Toulouse. La tarde en que salieron de Sevilla, hacia la población francesa, un gentío enorme acudió a la estación a despedirlos:
 
- ¡Ánimo!
- ¡A ver cómo queais! -decíanles.
 
Un viejo extorero, amigo de Juanito, llevándole aparte, le dijo misteriosamente:
 
- No zeá primache, Juan. En Madrí, en Zevilla, en Birbao mizmo, güeno; en laz plaza de tronío, paze que te la juegues; pero toos los días y en toas partes, ez coza de penzarlo. Créeme a mí, Juan, ande no ze va a zacar gloria, hay que juirles.
 
Pensando en este consejo, un poco práctico, un poco filosófico, que era en definitiva el resumen de la experiencia de un viejo torero, Juan Belmonte salió al ruedo la tarde de su debut en Toulouse. Mas, ¡ay!, que ante el primer toro que le tocó en suerte, lo olvidó. Bravuconcillo el bicho, arremetió, y jugando con él, el trianero, se arrimó, se ciñó; hizo tanta cosa y tan bien hecha, que el público aplaudía, gritaba, rugía casi... Y...
 
Una mujer bonita, que presenciaba la fiesta desde una barrera, aplaudía tan entusiasmada, que Belmonte, galante, le brindó la muerte de su segundo toro.
 

Cuando la corrida concluyó, y los bravos lidiadores hallábanse en la fonda descansando, dos o tres muchachos de Toulouse fueron a visitarles y, en francés, que hubo que traducirles, les invitaron a un baile de máscaras que se celebraría aquella noche.
 
Francisco Posada y Juan Belmonte aceptaron, es claro, y a la hora convenida se dirigieron a la fiesta. Su entrada fue triunfal. Desde todas partes les miraban. Todos rivalizaban en amabilidad para con ellos y se disputaban el gusto de orientales. Alguien propuso que la banda entonase en su honor la Marcha Real, y así se hizo. Luego les llevaron al palco presidencial que llenaban varias muchachas muy bonitas. Una a una, fuéronlas presentando a los toreros.
 
- Mademoiselle Susanne.
 
- Mademoiselle Margot.
 
Belmonte y Posada se inclinaban, muy ceremoniosos, y contestaban invariablemente:
 
- Mucho gusto.
 
Al fin uno de los organizadores de la fiesta, presentando a Belmonte una chiquilla muy bonita, rubia, delgada, gentilísima, muy elegante, díjole:
 
- C´est mademoiselle Charlotte, a qui vous offert la mort de´un toreau ce soir et qui desire vous feliciter.
 
Juanillo le estrechó la mano, y se inclinó con soltura mundana. Mas ella, llamándole "bravo toreador" en un chapurrado comprensible, invitóle a bailar.
 
- Si vous...
 
Bailaron, y aunque ni él hablaba francés ni ella español, parece ser que se entendieron. Y el caso fue que al concluir el baile y despedirse, ella, ofreciéndole la cara, invitóle a que la besara:
 
- Embrasse-moi, donc.
 
Al llegar al hotel para acostarse, algún compañero de Juanito, díjole:
 
- Gachó, tú que no haz dezperdiciao er tiempo.
 
Juan Belmonte negó:
 
- No digáis tonterías.
 
Y como alguno insistiera todavía, llegó a decirles enfadado:
 
- Os he dicho que me molesta eso. Callaros si queréis...
 
Nadie volvió a recordar más el suceso en alta voz; pero después se supo que a los pocos días una francesita rubia y muy gentil, que estaba en Sevilla instalada en el hotel Simón, había enviado con un criado de la casa un billetito perfumado al torero más bravo y más artista que ha tenido, para su honor, Triana...

FRANCISCO GÓMEZ HIDALGO
 

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