miércoles, 13 de noviembre de 2013

Puertas abiertas

"Pelando la pava" por Santiago Rusiñol

Había en el pueblo media docena de casas ricas, con zaguán y portón de clavos dorados. El resto de las viviendas no lo tenían, y la puerta de la calle abría directamente sobre el interior de la casa, a la pieza que por la misma razón llamábase “el portal”. Y estas puertas y portones estaban siempre abiertos.

Había una tácita confianza en el prójimo. Y el único trámite para penetrar en la vivienda ajena era la salutación religiosa.
 
- Ave María purísima...

Y contestaba dentro:
 
- Sin pecado concebida.


La gente pasaba al interior con respeto y llaneza. Hablaban de sus cosas.

Todas las puertas abiertas daban al pueblo un aire de gran familia compenetrada y sin secretos. Sólo la muerte hacía que pasajeramente quedasen entornadas las hojas de maderas a la calle, como luto y forzada ausencia del mundo, impuesta por el dolor o un aciago destino.

Las casas era, hasta las más pobres, limpias, blancas de cal, refulgentes. El cotidiano aljofifado de los suelos sacaba brillo a la vasta arcilla de las solerías. Los metales de los aldabones, como de oro pálido.

Por el invierno, los portales olían a azúcar quemada, a alhucema en el brasero. En las casas más humildes trascendía a la puerta el sano olor modesto de los pucheros en la lumbre.
 

JOAQUÍN ROMERO MURUBE
 


 
Puertecita de mi casa
Umbrales de mi alegría
Ni yo vivo sin tu sombra
Ni tu vives sin la mía.
 
Puertecita de mi casa
Testigo de mi niñez
En el filo de la noche
Me di de cara con él.

(Quintero, León y Quiroga)


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