sábado, 30 de noviembre de 2013

La venta de Tajahierro

"No hubo andado una pequeña legua, cuando le deparó el camino en el cual descubrió una venta, que a pesar suyo y gusto de don Quijote había de ser castillo. Porfiaba Sancho que era venta, y su amo que no, sino castillo; y tanto duró la porfía, que tuvieron lugar, sin acabarla, de llegar a ella, en la cual Sancho se entró, sin más averiguación, con toda su recua".
(Miguel de Cervantes Saavedra)

Sobre la palabra "venta", dice la RAE:
"casa establecida en los caminos y despoblados para hospedaje de los pasajeros".

La venta de Tajahierro está emplazada en las primeras brañas de Palombera. Hasta aquí, y un poco más al occidente, hacia Sejos, vienen a pastar las vacas de la umbría y de la solana: las de Santander y las de Palencia. Las de Palencia son corpulentas y veletas: es el ganado de Campóo, de pelo claro. Las de Santander son pequeñas y elegantes, un poco ariscas y altivas: a veces antipáticas; es el ganado de Tudanca, donde también se dan buenos escritores, ¡me valga el cielo! ¡A pares! Los hermanos Francisco y José María de Cossío, sin ir más lejos.


Tajahierro se pierde un poquito en la noche de los tiempos. Según he podido averiguar a través de mis amables informadores, la venta es lo que queda de la hospedería de una antigua abadía llamada Santa María de Hozcaba, del siglo XIII. Arquitectónicamente no tiene importancia, pero tiene algo mejor: gracia. El ventero me ha contado que este invierno la nieve ha llegado "hasta el cumbral" y que ha pasado lo que es más difícil de pasar a estas alturas: miedo. Es un hombre rubio, un visigodo puro, y tiene unos hijos que parecen jóvenes renanos. Me ha contado cosas muy curiosas: soy el primer viajero que llega este año, después del hombre del carro de patatas.


Tajahierro tiene sus personajes propios y hasta sus leyendas. Lo que no tiene son papeles, y esto acaso es una ventaja para la fantasía. Saberse de cierto, se sabe que allí vivió refugiado un prusiano, nadie sabe por qué [...] Pero el personaje más extraordinario de Tajahierro fue uno de los hombres más raros y notables de fines del siglo pasado: D. Ángel de los Ríos y Ríos, a quién se recordará por aquellos valles altos, puros, diamantinos, por mucho tiempo, con su apodo de "el sordo de Proaño".


Proaño era su torre, donde anidaba como un águila real aquel hidalgo mebrudo, recto y absolutista, trueno de la cordillera, y que de pronto caía en ternuras increíbles. Administraba por igual su talento de historiados y sus conocimientos de las lenguas antiguas (tradujo el poema escandinavo "Los Eddas" al castellano y escribió diez o doce libros eruditos) y su parva hacienda, que se iba liquidando en generosidades que parecían extravagantes a los demás. Además administraba justicia por su cuenta como un señor feudal, hasta extremos fabulosos. Por dos veces anduvo a tiros por imponer su ley que, eso sí, siempre coincidía con la Ley de Dios y con la común conveniencia. Una de las veces le descerrajó un tiro a un desalmado en la propia venta de Tajahierro, donde D. Ángel se aislaba de cuando en cuando para escribir, para cazar o para meditar.


Y la otra vez, a su mejor amigo, sordo y voluntarioso como él, le prohibió que cortara un árbol o que pasara con sus vacas por un sendero que no era legal, o algo así. Y como su amigo, que se llamaba Domingo González, no quiso obedecerle, le metió un balazo en una pierna, del que Domingo quedó cojo [...] Era imposible. Pero tan bueno que, Domingo, su víctima le llevaba todos los días a la cama donde el hidalgo agonizaba, años después, arruinado, una hogaza de pan tierno y un pichón. ¡Yo creo que éstos eran dos hombres! Propios de Tajahierro; que todavía tiene en su fachada, abrigado por un gran tejado de dos aguas, un escudo abacial, un letrero de mármol con el nombre de la venta, puesto por D. Ángel. Hay la esperanza de que algún día, en aquel lugar, donde crecen el té y la digital a unos pasos del helecho hembra y de las fresas del monte, alguien abra para los visitantes de un sitio tan bello y conmovedor, frente al dios rupestre del Pico de Tres Mares, donde se puede nacer Ebro o Duero o Deva, un parador donde poder dormir sin guerra.

VÍCTOR DE LA SERNA
Venta de Tajahierro, 25 de abril de 1953

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