miércoles, 6 de noviembre de 2013

De un pueblo lejano a la calle de la Luna


Hay libros que huelen a romero y a mujeres sacudiendo la ropa recién lavada. Si tuviera que buscar un "reverso urbano" de Las cosas del campo de José Antonio Muñoz Rojas o de Historia de una finca de los hermanos Cuevas, pondría sobre la mesa Pueblo lejano de Joaquín Romero Murube (1954).
 
 
Nacido en el municipio sevillano de Los Palacios y Villafranca, así explicó el nacimiento del escudo de su pueblo en el que, por supuesto, se ve un enorme toro:
 
Dios quiso que naciéramos en este pueblo de Andalucía, junto a las marismas del Guadalquivir. Es un pueblo abierto y llano, abrasado de sol por los estíos. Mas cuando llega el invierno y llueve un poco, todo se inunda y encharca. El barro llena las calles. La humedad sube como un sudor salino por la blancura nítida de las paredes. Los campos inmediatos retienen las aguas. Y todo adquiere una calidad lacustre, reflejada y muda.

La gente aquí desconoce la comodidad de vivir. Se encierran en esas habitaciones por las que brilla el rezumo del frío, sobre los suelos de ladrillos entre cuyos poros brota el agua, nuncio precoz de nuevas lluvias. Las hostilidad acuosa de este ambiente, se suaviza sólo con la “copa”, que es como allí llaman al brasero, de cisco picón hecho con varetas de olivos, crepitante, fugaz, abrasador, con sorpresa de tufos imprevistos. El rigor del frío dura poco más de dos meses; pero la humedad, más de medio año. Por eso las mujeres cosen y los niños diablean todo el día buscando el sol por las puertas, por las esquinas de las calles.

[…] Es en el siglo XVIII, cuando se verifica la unión de las dos localidades, separadas en los papeles por muchos pleitos y querellas, aunque en la realidad sólo por una calle, torrentera de barros y alpechines cuando las otoñadas. Y éste es el motivo que representa el precioso escudo de Villafranca y Los Palacios. En él aparece un hombre con una levitilla y una castora, tendiendo la mano con ramitas de olivo a un duro labriego de las marismas. Abajo, un enorme toro sostiene con la majestad de su cuerna la cortesía de tan delicada y política convivencia.
 

En su obra La calle de la luna, Aquilino Duque le dedicó a Romero Murube un precioso poema titulado La huerta de Gelves, muy taurino también. De aficionado a aficionado.
 

Si tú vieras el río por las huertas de Gelves
sé que te gustaría.

Si tú vieras el río como un reloj de agua,
como una larga espada
a cuchillo pasando la marisma,
sé que te sentirías el pecho atravesado
por una azul corriente de agua clara
que te arrancara el corazón dorado
y en su lugar pusiera una naranja.

Si tú vieras el río por las huertas...

Entre los naranjales ya no está Joselito,
ni por los olivares va Fernando de Herrera.
Vagan por la otra orilla, ¿no los ves?, a caballo.
Por ellos fue lejana y cruel Andalucía.

Si tú vieras el río...

La marisma es un ruedo sin fronteras;
es la plaza de toros donde Fernando el Gallo
le corta las orejas al toro de San Lucas.

Si tú vieras
de entre cuatro naranjos brotar una palmera,
de entre cuatro suspiros una Torre del Oro...

¡Si tú vieras el río por las huertas de Gelves!

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