sábado, 30 de noviembre de 2013

La venta de Tajahierro

"No hubo andado una pequeña legua, cuando le deparó el camino en el cual descubrió una venta, que a pesar suyo y gusto de don Quijote había de ser castillo. Porfiaba Sancho que era venta, y su amo que no, sino castillo; y tanto duró la porfía, que tuvieron lugar, sin acabarla, de llegar a ella, en la cual Sancho se entró, sin más averiguación, con toda su recua".
(Miguel de Cervantes Saavedra)

Sobre la palabra "venta", dice la RAE:
"casa establecida en los caminos y despoblados para hospedaje de los pasajeros".

La venta de Tajahierro está emplazada en las primeras brañas de Palombera. Hasta aquí, y un poco más al occidente, hacia Sejos, vienen a pastar las vacas de la umbría y de la solana: las de Santander y las de Palencia. Las de Palencia son corpulentas y veletas: es el ganado de Campóo, de pelo claro. Las de Santander son pequeñas y elegantes, un poco ariscas y altivas: a veces antipáticas; es el ganado de Tudanca, donde también se dan buenos escritores, ¡me valga el cielo! ¡A pares! Los hermanos Francisco y José María de Cossío, sin ir más lejos.


Tajahierro se pierde un poquito en la noche de los tiempos. Según he podido averiguar a través de mis amables informadores, la venta es lo que queda de la hospedería de una antigua abadía llamada Santa María de Hozcaba, del siglo XIII. Arquitectónicamente no tiene importancia, pero tiene algo mejor: gracia. El ventero me ha contado que este invierno la nieve ha llegado "hasta el cumbral" y que ha pasado lo que es más difícil de pasar a estas alturas: miedo. Es un hombre rubio, un visigodo puro, y tiene unos hijos que parecen jóvenes renanos. Me ha contado cosas muy curiosas: soy el primer viajero que llega este año, después del hombre del carro de patatas.


Tajahierro tiene sus personajes propios y hasta sus leyendas. Lo que no tiene son papeles, y esto acaso es una ventaja para la fantasía. Saberse de cierto, se sabe que allí vivió refugiado un prusiano, nadie sabe por qué [...] Pero el personaje más extraordinario de Tajahierro fue uno de los hombres más raros y notables de fines del siglo pasado: D. Ángel de los Ríos y Ríos, a quién se recordará por aquellos valles altos, puros, diamantinos, por mucho tiempo, con su apodo de "el sordo de Proaño".


Proaño era su torre, donde anidaba como un águila real aquel hidalgo mebrudo, recto y absolutista, trueno de la cordillera, y que de pronto caía en ternuras increíbles. Administraba por igual su talento de historiados y sus conocimientos de las lenguas antiguas (tradujo el poema escandinavo "Los Eddas" al castellano y escribió diez o doce libros eruditos) y su parva hacienda, que se iba liquidando en generosidades que parecían extravagantes a los demás. Además administraba justicia por su cuenta como un señor feudal, hasta extremos fabulosos. Por dos veces anduvo a tiros por imponer su ley que, eso sí, siempre coincidía con la Ley de Dios y con la común conveniencia. Una de las veces le descerrajó un tiro a un desalmado en la propia venta de Tajahierro, donde D. Ángel se aislaba de cuando en cuando para escribir, para cazar o para meditar.


Y la otra vez, a su mejor amigo, sordo y voluntarioso como él, le prohibió que cortara un árbol o que pasara con sus vacas por un sendero que no era legal, o algo así. Y como su amigo, que se llamaba Domingo González, no quiso obedecerle, le metió un balazo en una pierna, del que Domingo quedó cojo [...] Era imposible. Pero tan bueno que, Domingo, su víctima le llevaba todos los días a la cama donde el hidalgo agonizaba, años después, arruinado, una hogaza de pan tierno y un pichón. ¡Yo creo que éstos eran dos hombres! Propios de Tajahierro; que todavía tiene en su fachada, abrigado por un gran tejado de dos aguas, un escudo abacial, un letrero de mármol con el nombre de la venta, puesto por D. Ángel. Hay la esperanza de que algún día, en aquel lugar, donde crecen el té y la digital a unos pasos del helecho hembra y de las fresas del monte, alguien abra para los visitantes de un sitio tan bello y conmovedor, frente al dios rupestre del Pico de Tres Mares, donde se puede nacer Ebro o Duero o Deva, un parador donde poder dormir sin guerra.

VÍCTOR DE LA SERNA
Venta de Tajahierro, 25 de abril de 1953

jueves, 28 de noviembre de 2013

Todo el campo parecía empapado de sangre de toro

El campo de Joaquín Romero Murube se parece, irremediablemente, al de Fernando Villalón. Ambos forman parte del listado de escritores andaluces casi olvidados, su obra no se estudia en el colegio y sus libros se encuentran descatalogados, a pesar de poseer dos de las plumas más luminosas de nuestra tierra. Hubo un tiempo también en el que la marisma del Guadalquivir olía a toro bravo...


En la marisma arrebataba la simple grandiosidad del horizonte. Era la línea circular tan honda que los ojos dolían, impotentes, por llegar a su fin. Tierra, cielo, la arquitectura fugaz del vuelo de un ave. Y Dios. Pero por las viñas y manchones, por los olivarillos y huertales del camino de Utrera, de la carretera de Sevilla, el camino era muy distinto. Campo corto encuadrado caprichosamente por esos vallados de chumberas enormes, inexpugnables como fortalezas. Y entre ellas, los caminos tristes, angostos, destrozados por las huellas de las herraduras y el ganado.

Nos gustaba perdernos por estos andurriales pobres, muchas veces mal olientes y con un final desconocido. Había en ellos una soledad cerrada, ofensiva, cómplice de todas las imposturas y de todos los malos cuentos. Allí robaros, allí hirieron, allí faltaron a la ley de Dios. Las aventuras de mozas y mujeres, también ocurrieron siempre por estos caminos, entre los charcos de agua dormida en invierno, o en el resol de los atardeceres primaverales, encendidos por la menta del poleo y el dulzor enervante de los habares florecidos.
 

[…] Si los caminos anchaban, surgían macizos de palmitos y junqueras. Era el verdor oscuro y perenne de las soledades encerradas entre linderos; la alegría pobre de una tierra reseca entre calizas. Los juncos guardaban sobre el barro la música de los vientos más débiles.

Tierras rojas hacia Dos Hermanas. Todo el campo parecía empapado de sangre de toro. Predios de dulces huertas, y estacadas de aceitunas. Por allí las grandes haciendas, con sus nombres y con sus novelas de pericón y carretela durante el siglo XIX: “La Mejorada”, “Tamarán”, “El Cuzco”, “La Florida”, con el garrotal más joven del término, que valía un Potosí al decir de los viejos labradores; “Ibarburu”, que lo perdió uno de sus propietarios a una carta, jugando al monte. Era el caballo de copas. Parecía, por lo que contaban, que todo el pueblo hubiera asistido a la apasionante partida.


Por abril, y también en los soles marceros, venían las magarzas y los lirios. Era un aire de tristeza fugaz, el adiós morado al campo entrañable, duro y hondo del invierno. Un poco más, y el débil estallido oscilante de las amapolas... ¡Qué lujo entonces de luces intactas en las tardes que crecían! El leve sofoco de la tierra nos llenaba de imprecisa angustia, nos entristecía en una vitalidad mayor rezumante de ansias inconcretas, hacia la luz, hacia el misterio, hacia la vida... Nos parábamos en medio del campo, y oíamos el latir de la sangre por las venas. Y entonces era más aniquiladora que en ningún instante la soledad, por los pobres caminos de pencas y silencios que nunca supimos adonde llevaban ni salían.
 
JOAQUÍN ROMERO MURUBE
Pueblo lejano (1954)

 

miércoles, 27 de noviembre de 2013

La mayor pena de Joselito El Gallo

Era José una persona sensible, un muchacho un tanto apocado y retraído que gustaba siempre de estar rodeado de su gente. Esta tendencia a la melancolía se agravó considerablemente por el trágico suceso del invierno de 1918 a 1919. Su madre cayó enferma, y a pesar de los hercúleos esfuerzos de Joselito, que la acompañó a los mejores médicos de España, su enfermedad era incurable. El 25 de enero, la madre de la saga de los toreros, la simpática gitana, la Señá Gabriela Ortega, fallecía en Sevilla, sumiendo a su hijo menor en un hondón psicológico que lo entristeció para toda la temporada.
 

Como ha sostenido Paco Aguado, "le costó mucho asumir la realidad porque su madre era para él su refugio, el objeto más preciado de aquel palacete de la Alameda de Hércules. Joselito profesaba una auténtica pasión por aquella mujer tan fuerte, catalizadora de todo el amor y de la unidad de la familia". El hombre más fuerte de todos ante los toros se desmoronó por el inevitable desenlace, jamás asumido pese a las evidencias. Lloró José como un niño, con todas esas lágrimas que permanecerían ocultas en sus entrañas desde que se dedicó al arte del toreo. A su amigo Felipe Sassone le comunicó, mediante un telegrama: "se me ha roto el molde y se me ha roto la vida".
 

Era tal su desolación, era tan grande su angustia, se encontraba tan desubicado, que decidió romper sus compromisos con Lima y quedarse en España a rumiar su pena. No había consuelo posible, ni siquiera refugiándose en las fincas amigas. Su malestar mental le provocó bastantes padecimientos físicos. Volvieron sus problemas de salud, consistentes en fuertes dolores de estómago y unas fiebres altísimas difíciles de controlar. La convalecencia la pasó en casa de su hermana Lola, a la que acudió para no sentirse solo en el palacete de la Alameda.
 

Esa temporada de 1919 se encargó varios vestidos bordados totalmente en azabache, e incluso un capote de paseo de dicho color.

El último chaleco de Joselito, con el que murió en Talavera
(Fuente del texto: catálogo de la exposición "Joselito y Belmonte, una revolución complementaria")
 

martes, 26 de noviembre de 2013

El arte de dar calabazas

"Te juzgué melón y me resultaste calabaza"
 

La expresión "dar calabazas" posee un significado curioso. Los griegos, siempre sabios, sostenían que esta cucurbitácea era "anti-afrodisíaca", por lo que la recetaban para apagar la llama de la lujuria. Más adelante, durante la Edad Media, el clero tomó nota de las enseñanzas clásicas y recomendó mascar pepitas de calabaza mientras se rezaba con el fin de alejar los pensamientos impuros. Ya en el siglo XVII, la expresión comenzó a adoptar su actual significado: desairar o rechazar a un enamorado. Un poco después, en el Diccionario de la Real Academia de 1780, figura la siguiente acepción: "desechar las mujeres la proposición de algún novio". No conviene olvidar que la calabaza es un fruto atractivo y aparente por fuera... pero soso por dentro. Como un mal novio.
 

Siffler sur la colline
es una simpática canción de 1969 que narra la historia de una guapa pastora que manda a un pobre incauto a esperarla, con flores y silbando, en la cumbre de la colina. Y ella, por supuesto, jamás aparece.
 
Elle m'a dit d'aller siffler là-haut sur la colline
De l'attendre avec un petit bouquet d'églantines
J'ai cueilli des fleurs et j'ai sifflé tant que j'ai pu
J'ai attendu, attendu, elle n'est jamais venue.
 

En el mismo año en que Gainsbourg y Birkin arrasaban con su Je t'aime moi non plus, Joe Dassin hacía lo propio con la pastorcilla que daba calabazas.

lunes, 25 de noviembre de 2013

"Le drame du taureau" visto por Lucien Clergue

"Puisque de toi la mort détourne ses yeux pers /
Ya que la muerte deja de mirarte con sus ojos azulados
Vide à ses pieds bâtards tes cornes d´abondance /
Vacía a sus pies bastardos tus cuernos de abundancia
Et sur la piste veuve après, l´or d´une danse /
Y sobre el ruedo ya viudo, el oro de una danza
Te voilà devenir cette ombre où tu te perds /
Hará que te conviertas en una sombra donde te pierdes"
(Jean Coucteau)


Lucien Clergue conoció a Picasso en 1953, durante una corrida de toros celebrada en el anfiteatro de Arles. El joven fotógrafo francés tenía 19 años, mientras que el autor del Guernica, 71. Éste, a causa quizás de su pasión común por la tauromaquia, adoptó a Clergue como si fuera un hijo. Poco después, le presentó a su amigo Cocteau.
 
 
Clergue, actual presidente de la Academia Francesa de las Bellas Artes, está a punto de cumplir los 80 años y sigue siendo un enamorado de la Fiesta (es un gran partidario de Juan Bautista) y La Camarga. Hasta tal punto le fascina la muerte del toro bravo en la plaza, que llegó a publicar un libro de fotografías sobre este motivo ("Toros muertos", 1970). Sus planos en contrapicado y el blanco y negro de su trabajo resultan estéticamente apabullantes.

 
Pero eso no es todo: algunos años antes, en 1965, Clergue rodó un cortometraje taurino titulado "Le drame du taureau". En diez minutos, el arlesiano consiguió plasmar su crudo, y a la vez turbador, punto de vista sobre la muerte en el ruedo y la fascinación que ésta despierta en el pueblo.

 
"Lucien Clergue est de ceux qui nous ouvrent les yeux,
parce qu´il a lui-même les yeux grands ouverts
et que son âme s´emerveille" (Mario Prassinos)
 

sábado, 23 de noviembre de 2013

Millonario gracias a Manolete


El pasado jueves, tras la tradicional tertulia taurina, se me acercó un aficionado singular: se llamaba José Antonio Sanz Domínguez de Vidaurreta, una celebridad en la España de 1969 tras ganar un millón de pesetas -antes, una pequeña fortuna- en el concurso de televisión "Las diez de últimas", presentado por el inolvidable José Luis Pecker. La mecánica del programa era sencilla: cada participante elegía un tema y el conductor los bombardeaba con preguntas hasta averiguar quién acertaba más. El tema escogido por José Antonio fue "Biografía de Manolete", mientras que su contrincante se decantó por la Segunda Guerra Mundial.
 

Con aquel millón de pesetas, este Manoletista acérrimo (llegó a leer más de setenta libros sobre el diestro), que jamás se separa de su sombrero, colchonero y de memoria prodigiosa -doy fe que aún la conserva intacta- montó un bar en la calle Altamirano de Madrid al que bautizó, en homenaje al programa que lo lanzó a la fama, "Las diez de últimas". El local, con ocho metros de fachada y vivienda incluida, le costó 300.000 pesetas. Y allí vivió José Antonio, con el repique de fondo de las Campanas de Linares, desde 1970 a 1980.
 
 
A sus 76 años, aún se le encienden los ojos al rememorar la primera vez que vio a Manolete: fue durante una corrida de La Beneficencia cuando, con nueve abriles, su tío lo llevó a Las Ventas. En otra ocasión, vio al torero cordobés salir del Hotel Victoria y cruzar la Plaza del Ángel. Poco después de ganar "Las diez de últimas", a José Antonio le hicieron un homenaje, precisamente, en le Victoria. En el hall, un amigo se metió la mano en el bolsillo, le entregó una peseta y le dijo: "Toma. Ahora ya pasas de millonario".
 

El jueves, tras la tertulia taurina, José Antonio no intentó pagar los vinos con aquella peseta, sino con un billete tan genial como su propia biografía. "Algún día publicaré la verdadera historia de Manolete", sentenció antes de marcharse.
 

jueves, 21 de noviembre de 2013

Los vagabundos

"Si pierdes dinero, pierdes poco.
Si has perdido el honor, pierdes mucho.
Si pierdes el corazón, lo pierdes todo".
(Vincent Van Gogh)
 

¡Esos pobres por los caminos del campo!... No parecen de carne; más bien de tierra o de sarmientos renegridos... ¿Adónde van? No piden, ni escuchan, ni se paran ni hablan... Los atrae ese sendero que sólo sabemos que existe cuando los vemos a ellos caminar por allí, con una rara decisión en su pereza de horizontes... Andrajosos, vestidos a retazos, semidesnudos, caminan solitarios o en grupos familiares, con un perrillo escuálido que, a veces, ya no puede seguir de hambre y fatiga, y sube a los hombros del vagabundo, uniendo roñas con lacerías y arestines... ¿De dónde vienen? ¿Qué final de camino persiguen?


Siempre que nos encontramos a los vagabundos por los caminos del campos, nos quedábamos en el umbral de una incertidumbre característica, que la vida, luego, nunca ha borrado. La gente los temía o los evitaba. A nosotros nos inspiraban respeto y simpática inquietud. Vivían tan pegados al barro y a la basura de la tierra, que les costaba trabajo alzar la vista hasta la altura de sus semejantes. Y cuando desaparecían por los caminos, la soledad se abría nuevamente gozosa, porque ellos, sin querer, la lastimaban con su tragedia de silencios.

JOAQUIN ROMERO MURUBE
 
 
Hoy vagabundo y perdido
alzo mis brazos en cruz
para enterrar al olvido
toda una vida sin luz.
 
(Final del tango "Vagabundo" de Emilio y Agustín Magaldi)
 


miércoles, 20 de noviembre de 2013

Toros en París


A tenor de la breve noticia que publicó el ABC el 11 de mayo de 1949, los aficionados a los toros no podemos decir aquello de: "Siempre nos quedará París". El invento de las "corridas incruentas" viene de lejos y nació, precisamente, en la capital francesa, aunque el exquisito público parisino, vestido de rigurosa etiqueta, no quedó del todo satisfecho.
 

Ha regresado de París el matador de toros Ángel Luis Bienvenida. Preguntado sobre el desarrollo de las corridas de toros celebradas últimamente en la capital de Francia, ha manifestado que aquello fue una parodia y "tuvo mucha gracia". Los bichos, de Tulio e Isaías Vázquez, fueron de poder y no se les picó, banderilleó ni mató; todo fue simulado. Las banderillas, en vez de arponcillo, tenían una especie de ventosas para que se pegaran, cosa que fue imposible. En la segunda corrida se sustituyó la goma con alfileres. La muerte se simulaba con una banderita. La corrida fue de noche y el público asistió vestido de etiqueta. La plaza semejaba una gran jaula con barrotes. Ángel Luis Bienvenida brindó un toro a Rita Hayworth. Con Ángel Luis alternaron El Vito y Conchita Cintrón, a la que la prensa de París llama "La diosa rubia". El público salió defraudado y pidió corridas de verdad, con muerte del toro (ABC).
 

Unos días después de este recorte, el 14 de mayo, el ABC proporcionó más detalles sobre la corrida parisina celebrada en el Velódromo de Invierno:
 
Desfiló la cuadrilla a los alegres toques de una marcha militar ejecutada con endiablada energía. Conchita Cintrón en un hermoso caballo velazqueño, y con ella Ángel Luis Bienvenida y El Vito, entraron en la pista de "Vel d´Hiv". Un público de carreras ciclistas los ovacionó y el "speaker" fue explicando a cada cual lo que ocurría y lo que iba a ver.
 
En verdad que ello era necesario, pues la pista estaba cubierta por unos veinte centímetros de polvo negro, que se alborotaba a la menor provocación, nublando lo que ocurría allí y haciéndonos creer que se trataba de una corrida dada en una carretera de Murcia allá por el mes de agosto.
 

"Le premier toro", como llamó cortésmente el "speaker" a un novillejo de Villamarta, salió de unas especies de camarines, muy iluminados, que habían colocado junto a la cancha. El toro, cuando la nube de polvo de hubo disipado, contempló el lugar del suceso y pudo ver que en vez de la redondez de sus premoniciones, se hallaba en una pista rectangular, a cuyos lados habían alzado una alta empalizada de hierro. ¡Atiza!, se dijo el novillo; se han creído que soy un león.
 
Pero la gentílisima caballista ya estaba dándole vueltas, y el de Villamarta no tuvo más remedio que aceptar el juego y empezar a darse batacazos en aquella polvareda, mientras que Conchita Cintrón le clavaba un pincho cada vez que se levantaba.
 
Terminada esta primera parte, un tétrico clarín anunció con dos notas solemnemente wagnerianas la "mise à mort". Por si alguien lo dudaba, el "speaker" afirmó: "Et maintenant Conchita Cintrón va a executer la mise à mort...". Como la Cintrón tiene pundonor taurino y afición, toreó a pie, como lo hubiera hecho en la plaza de Madrid en el mes de junio y con rejas, "speaker", banda militar, nubes de polvo y todo lo que se quiera, trajo un eco de esa trasustancia que es el arte taurino, y se ganó la gran ovación. Pero... no podía haber "mise à mort", lo habían prohibido las autoridades, y allí estaba el representante de la Sociedad Protectora para velar por el cumplimiento de la orden.
 
El "speaker" lo pasó regular para explicárselo al público, y éste se enfadó de firme y dijo lo que opinaba de la orden de un modo inequívoco. El caso es que Conchita simuló la estocada final y el toro quedó, como dijo el "speaker", "virtuellement mort"...
 

[...] Siguió la fiesta ya francamente entre una nube de polvo y, velados por ella, al parecer por fortuna, se vio a los toreros entendérselas con lo novilletes y entonces empezaron a ocurrir cosas pintorescas. El "speaker" explicaba todo lo que veía "vous avez vu El Vito executer des magistrales veroniques", "Bienvenida se dispose a donner une pase naturalle"... Pero cada vez que se anunciaba la "mise à mort" la banda comenzaba un vals bien ritmado, que convertía la faena en algo delirante. Por fin, y para que hubiera de todo, uno de los novillos, a pesar de haber recibido la estocada simbólica con una banderita sin punta, y estar, según insistió el explicador, "virtuellement mort", le pegó un revolcón al Vito, que se lo había creído, y cuando le levantaron de la carretera, se vio que tenía destrozada la taleguilla por la parte del "derrière". Esto le granjeó de tal manera las simpatías del público, que cada vez que se acercaba algo a los novillos, le aplaudían (ABC).
 

Nos quedan dos Telediarios para volver a celebrar
corridas "a la parisina"... ¡y sin la gracia del Vito!
 

martes, 19 de noviembre de 2013

La segunda parte de "Las hojas muertas"


El otoño nos atrapa realmente cuando la noche pide a gritos echar una manta gruesa sobre la cama y el espíritu reclama escuchar de nuevo Las hojas muertas de Jacques Prévert (letra) y Joseph Kosmá (música). Las feuilles mortes, canción compuesta en 1945, es un himno a la nostalgia, la imposibilidad de olvidar y los grandes amores desunidos por el paso del tiempo. Con esta chanson aprendimos que el mar borra sobre la arena los pasos de los amantes que se separan.
 
En ce temps-là la vie était plus belle,
Et le soleil plus brûlant qu’aujourd’hui.
Les feuilles mortes se ramassent à la pelle.
Tu vois, je n’ai pas oublié…
Les feuilles mortes se ramassent à la pelle,
Les souvenirs et les regrets aussi.

Et le vent du nord les emporte
Dans la nuit froide de l’oubli.
Tu vois, je n’ai pas oublié
La chanson que tu me chantais.
 

Dieciséis años después de que Prévert escribiera una de sus obras más bellas, en 1961, un joven Serge Gainsbourg reunió el valor suficiente para componer la segunda parte de Las hojas muertas, a la que tituló La chanson de Prévert. Aunque los versos de Gainsbourg no rozan la maestría del poeta parisino, esta secuela contiene un mensaje esperanzador: hasta que la canción no se olvida del todo, el amor continúa vivo.

Oh, je voudrais tant que tu te souviennes
Cette chanson était la tienne
C'était ta péférée
je crois qu'elle est de Prévert et Kosma.

Et chaque fois Les Feuilles mortes
te rappelle à mon souvenir
Jour après jour, les amours mortes,
n'en finissent pas de mourir.
 

lunes, 18 de noviembre de 2013

Historia del romance entre Belmonte y Triana


La poderosa vinculación del matador y el barrio trianero también se reflejaba en el cariño que sentía por la hermandad del Cachorro, ubicada al final de esa inmensa calle Castilla, que simbolizaba el brazo protector del barrio. El Cachorro era y es para Triana un símbolo de ilustre signo, una parte indisociable de la identidad trianera, que ve a su Cristo como su vecino más querido. Juan Belmonte era maniguetero del palio de la Virgen del Patrocinio, por la que el matador sentía una inevitable y casi inefable debilidad. Resulta especialmente ilustrador de este especial sentimiento por la cofradía trianera el hecho de que el 9 de junio de 1934, tras dos años de ausencia, reapareciera como rejoneador en La Maestranza, en una corrida a beneficio de la Bolsa de Caridad de la Hermandad.
 

[...] Su devoción por esta egregia hermandad era tal que, tras su suicidio, la familia decidió amortajarlo con la última túnica con la que desfiló en el año 1961, y con la que estaba dispuesto hacerlo ese año de 1962, puesto que ya había sacado la papeleta de sitio antes de que la muerte de acero le empitonara definitivamente.
 
Belmonte visto por Venancio Blanco

[...] El 30 de septiembre de 1972 se inauguró en Sevilla un monumento escultural del Pasmo de Triana, obra de Venancio Blanco y situado a las puertas del barrio de Triana, de su barrio, en el punto exacto donde se dice que solía encontrarse con aquellos amigos que le dieron la mano en los primeros pasos de su vocación, con los que "se echó al campo" y comenzó sus andanzas en un mundo que con el tiempo lo vería convertirse en mito. El Altozano es sin duda el lugar más representativo de Juan Belmonte en el barrio, un enclave que tuvo la inmensa suerte de observar en primera fila los inicios del mito en que más tarde se convertiría el Pasmo de Triana.
 
Belmonte visto por Roberto Domingo

"Por todas las calles de Triana toreaban los chiquillos y yo tenía mi plaza en el Altozano, donde, precisamente, un día, un espectador, desde el muro de acceso al puente, me llamó para darme un duro y decirme que yo sería torero".

 
Belmonte visto por Zuloaga

Ésta es la historia del romance entre Juan Belmonte y Triana, una relación de retroalimentación entre la pasión de un amante del toro y la de un barrio aficionado a criar entre sus pechos a artistas de todas las estirpes.

Belmonte visto por Sebastián Miranda
(Fuente del texto: catálogo de la exposición "Joselito y Belmonte, una revolución complementaria")
 

sábado, 16 de noviembre de 2013

Una caricatura del mundillo taurino

Dubout y sus gatos (1948)
 
En 1905, nacía en Marsella un dibujante, de humor corrosivo, apasionado por la Tauromaquia. Hasta los quince años, el travieso Albert Dubout soñó con ser torero, pero muy pronto comprendió que su porvenir se escondía entre los lápices, no entre los estoques. Siguiendo su instinto, en 1923 ingresó en la escuela de Bellas Artes de la luminosa Montpellier. Sin embargo, nunca olvidó su primera afición, y con gracia, desparpajo y maestría, plasmó el lado más caricaturesco e irreverente del mundillo de los toros.
 
 

En 1967, la editorial Trinckvel llegó a publicar un libro recopilando los dibujos taurinos de Dobout, y le pidió a Georges Brassens que escribiera el prólogo, el cual inició con la siguiente frase: "El eterno Dubout les invita a una gran corrida". Et voilà!

La Fiesta es hoy una gran caricatura... y sin la ayuda de Dubout