sábado, 21 de septiembre de 2013

¿Pero es que queda alguien que aún pida una taza de café con leche?


Nunca el café había estado tan de moda. La archiconocida frase de "a relaxing cup of café con leche" -quizás fruto del azar o una premeditada estrategia publicitaria- se ha impreso ya sobre tazas, camisetas y tiras cómicas, emborrona varias pizarras de todo el país y ha dado pie a un perfil de Twitter.
 
 
Sin embargo, desde que nacieron las cafeteras de cápsulas, tomar café produce cualquier reacción excepto la calma. Decantarse por un sabor ya provoca un auténtico dilema vital. ¿Qué elegir? ¿Un Dulsão do Brasil? ¿Un Rosabaya de Colombia? ¿Un Espresso Arpeggio? ¿Un Indriya from India? ¡El quebradero de cabeza de las capsulitas es mortal! Casi imperceptiblemente, el café solo, el cortado o el manchado han sido expulsados de nuestras vidas.
 
 
Mucho peor son los maceteros de café que sirven en el Starbucks. Últimamente, a las celebrities norteamericanas les gusta dejarse ver por la calle con un tanque de Frappuccino en la mano.
 
 
Así que nada de "relaxing cup". Eso es de antiguos. Para los Juegos Olímpicos de Madrid 2040, ya pueden estar actualizando el eslogan. Quién nos iba a decir que, no hace tanto, este país sólo conocía la achicoria y el torrefacto. ¿Qué habría pensado doña Rosa, en La Colmena de Cela, con esta proliferación de cafés?
 
 


La dueña da media vuelta y va hacia el mostrador. La cafetera niquelada borbotea pariendo sin cesar tazas de café exprés, mientras la registradora de cobriza antigüedad suena constantemente. Algunos camareros de caras fláccidas, tristonas, amarillas, esperan, embutidos en sus trasnochados smokings, con el borde de la bandeja apoyada sobre el mármol, a que el encargado les dé las consumiciones y las doradas y plateadas chapitas de las vueltas. El encargado cuelga el teléfono y reparte lo que le piden.
-¿Conque otra vez hablando por ahí, como si no hubiera nada que hacer?
-Es que estaba pidiendo más leche, señorita. 

-¡Sí, más leche! ¿Cuánta han traído esta mañana?
-Como siempre, señorita: sesenta.

-¿Y no ha habido bastante?
-No, parece que no va a llegar.
-Pues, hijo, ¡ni que estuviésemos en la Maternidad! ¿Cuánta has pedido?
-Veinte más.
-¿Y no sobrará?
-No creo.
-¿Cómo "no creo"? ¡Nos ha merengao! ¿Y si sobra, di?
-No, no sobrará. ¡Vamos, digo yo!
-Sí, "digo yo", como siempre, "digo yo", eso es muy cómodo. ¿Y si sobra?
-No, ya verá como no ha de sobrar. Mire usted cómo está el salón.
-Sí, claro, cómo está el salón, cómo está el salón. Eso se dice muy pronto. ¡Porque soy honrada y doy bien, que si no ya verías a donde se iban todos! ¡Pues menudos son!
Los camareros, mirando para el suelo, procuran pasar inadvertidos.
-Y vosotros, a ver si os alegráis. ¡Hay muchos cafés solos en esas bandejas! ¿Es que no sabe la gente que hay suizos, y mojicones, y torteles? No, ¡si ya lo sé! ¡Si sois capaces de no decir nada! Lo que quisierais es que me viera en la miseria, vendiendo los cuarenta iguales. ¡Pero os reventáis! Ya sé yo con quienes me juego la tela. ¡Estáis buenos! Anda, vamos, mover las piernas y pedir a cualquier santo que no se me suba la sangre a la cabeza.
Varias relaxing cups para ellos y ellas
 

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