miércoles, 4 de septiembre de 2013

La mujer más fatal de Madrid


Yo pregunté: "¿Quién es la mujer más fatal de Madrid?". Y me juraron: "Victoria del Mar". Y a ver a Victoria del Mar fui en unas horas de sol y calor de verano para averiguar cómo es el día de la mujer más fatal de Madrid.
 

Un poco al margen de la ciudad vestida de ruidos y trajín, mirando horizontes de campo y azul de cielo, está el hotelito de la bella artista. El sol pespunteaba la tarde con sus hilos de fuego, y la calma solemne de la barriada dormida en la siesta abrumaba la calle de silencio.
 

Victoria del Mar madruga mucho. A esta hora intempestiva de las cuatro de la tarde ya está despierta. En este tiempo de verano, cuando el calor se filtra por todos los resquicios y no hay forma de ahuyentarlo, Victoria duerme sin pijama [...] En cuanto se levanta, Victoria compone ante el espejo de su tocador su primera toilette del día con la primera luz del amanecer, que para ella los días no amanecen hasta el declinar de la tarde, con ese sol vespertino que se mete por la ventana cuando la desnudan de persianas. Inmediatamente sale a la terraza de su hotel para capturar los rayos de sol en este culto que rinde a la helioterapia. Nadie ignora que los mejores rayos de sol son los de la mañana. ¡Pero que gran esfuerzo de voluntad es necesario para estar en pie antes del mediodía!
 
 
A continuación se baña en una maravilla azul que ha convertido en cuarto de baño. Agua tibia, propicia a la laxitud. Y espumas de jabón, como aljófares, para vestirse de Venus moderna surgiendo de los mares caseros de la bañera. ¿En qué pensará esa espuma de jabón que viste a Victoria de nácar cuando las manos de la hermosa artista van extendiendo el velo blanco por su cuerpo de milagro? Yo pienso que si el agua no se enfría no es por el calor del ambiente, sino que también el agua tiene corazón y siente el hechizo sensual de la carne que modela estatuas en su masa.
 

[...] ¿Qué hora es cuando Victoria se acaba de arreglar? ¿Las seis, las siete, las ocho? ¡Igual da! Y en este bar de coquetería que Victoria ha instalado en las entrañas subterráneas de su hotelito madrileño charlamos desde la torre de unos taburetes, dejando que las burbujas de champán nos muerdan la garganta.
 
- ¿Para qué quiere usted este bar americano, Victoria?
- Para invitar a mis amigos y emborracharme cuando me dé la gana. ¿Le gusta?
- ¿El bar o la idea?
- El bar.
- ¡Mucho! Va usted a arruinar a Pedro Chicote.
- Y que lo diga. Precisamente anoche dije a Chicote: Mañana va a hacerme Arana una interviú para Crónica. Y me dijo: Pues dile que haces los cocktails mejor que yo.
 

Chicote exagera un poco; pero resulta más agradable un cocktail hecho por Victoria que otro hecho por él. Y es que Victoria sabe todas las fórmulas de Perico, en tanto que Perico desconoce muchos de los procedimientos de Victoria.
- Cuando usted se alegra en su bar, ¿por qué le da?
- Por cantar flamenco. Es que me divierto muchísimo cuando estoy borracha.
 
Y Victoria toma dos o tres copas de algo extraño, extraído del fondo de una botella más extraña todavía, y comienza a derramar sobre mí terribles miradas de mujer fatal. Concluye consultándome:
- ¿Qué le parezco?
- ¡Bueno, bueno! ¡A ver si hay formalidad! ¿Quién hace la interviú? ¿Usted o yo?
- ¡Está bien! ¡Hágala usted!
- Cuénteme algo de su vida.
- ¿De mi vida? Verá usted. Soy divorciada, voy a filmar una película y después volveré a casarme dos o tres veces más.
- Eso es corriente en una mujer fatal. Dígame usted algo más original.
- Odio a los hombres.
- ¿Por qué?
- Porque me gustan mucho.
- Tampoco es original. Eso mismo les sucede a las mujeres de los cinco Continentes.
- ¡Hijo! ¿Qué quiere que le diga?
- Usted verá.
- ¿Ha visto usted la película Éxtasis?
- Tres veces.
- Yo soy como la protagonista cuando va al río. Sólo que yo voy en coche. Me llego a Barajas; allí tengo un sitio elegido y me baño y me tumbo en la hierba, desnuda.
 
 
[...] Victoria tiene unos magníficos brillantes como garbanzos, y yo le pregunto:
- ¿Cómo se llaman?
- No sé. Me los regalaron. No me interesa aprender a tasar joyas; preferiría aprender a querer.
- ¿No ha querido usted nunca?
- ¡Nunca!
- ¿Cómo lo sabe?
- Cuando se quiere se hacen locuras, y yo no he hecho locuras por ningún hombre. Me gustaría tener un amor que me comprenda: un hombre que me defienda y unos ojos que me lloren.
 
 
[...] Victoria del Mar, en este atardecer de verano, tiene un magnífico gesto de mujer hastiada de todo. Sus ojos, borrachos de esa tremenda nostalgia del alma que no sabe lo que quiere, tienen ráfagas de infinita tristeza. A Victoria le sobra de todo.
- ¿Qué va a hacer usted este verano?
- Irme a Suiza a operarme la garganta. Luego pasaré unos días en Barcelona, vendré a Madrid y me iré a veranear a San Sebastián. Y cuando pase el verano haré una tournée artística por el Marruecos francés. Son maravillosas las noches moras con esa luna inmensa y ese aire que huele a amores. ¡Qué no daría yo por enamorarme!
 
 
En la grata frescura de su hotelito, al margen de la ciudad que suda por cada piedra, quedó Victoria del Mar acodada al mostrador de su bar, con los ojos fijos en el fondo de la copa. Todas sus tardes de verano en Madrid son, poco más o menos, como esta de hoy. Tiene diamantes, tiene lujo, tiene confort y tiene un hondo y sincero aburrimiento. Todo lo tiene menos esa bella ilusión que desborda el alma de cualquier modistilla.
 
EDUARDO ARANA
Entrevista publicada en Crónica, en julio de 1935
 
 

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