jueves, 16 de mayo de 2013

¿Qué habría sido del poema de Lorca si los toros, en vez de a las cinco de la tarde, hubieran empezado a las cinco y veinticinco?


Voy tarde. Lo sé. El festejo de Las Ventas terminó hace más de doce horas y escribo sobre él en este momento.  Sin embargo, bien mirado, ¿quién se preocupa por la puntualidad? ¿No arrancó ayer la corrida veinticinco minutos tarde por culpa de los operarios Taurodélticos que se pusieron a jugar con palas, rastrillos y cubitos a las siete en punto de la tarde? ¿Qué habría sido del poema de Lorca si los toros, en vez de a las cinco de la tarde, hubieran empezado a las cinco y veinticinco?
 
Comenzaron los sones de bordón
a las cinco y veinticinco de la tarde.
Las campanas de arsénico y humo
a las cinco y veinticinco de la tarde.

 
Pero, como bien dice don Antonio Burgos, en este país nunca passssssa nada. Y allí nos tuvieron, igual que a unos lelos: más de veinte mil espectadores contemplando como diez tíos trabajaban. ¿No es eso España? La corrida de toros, siempre fiel reflejo de la realidad social, espejo de nuestras miserias. También de nuestra gloria, cuando la hubo.

 
¿Qué contar sobre el festejo a esta hora tardía, cuando ya está todo dicho? Que me gustó la corrida de Alcurrucén, sobre todo el lote de Perera (tercero y quinto), con un toro, de nombre "Peladito", encastado, con emoción, de embestida cambiante y que hubiera puesto a correr a unos pocos. El colorado "Ambicioso" también nos tuvo con los ojos bien abiertos, a pesar de que las manecillas del reloj rozaban las nueve y media. El sexto, "Herrerito", apretó en el caballo y le dieron una buena tunda. Otro toro bueno. El primero, "Pandero", fue una pera en dulce, un derroche de nobleza, ideal para un confirmante que no está bregado en las trincheras venteñas. El cuarto, "Altamares", probablemente habría sido diferente si Castella no le hubiera recortado tanto las embestidas de salida. Sólo "Pianero", lidiado en segundo lugar, fue un toro soso que se agarró pronto al piso. En conjunto, una corrida entretenida, muy en Núñez, con un lote para armar el taco; eso sí, desigual de presentación, con algunos toros rozando el límite de lo admisible en Las Ventas.


Perera luchando con "Peladito"

¿Y sobre los toreros qué señalar? Que no me convenció ninguno. No niego que Perera mereciera la oreja del tercero: anduvo firme -no era un toro de carril- y mató bien. Pero sorteó un lote de lío gordo y, si con eso no abre la Puerta Grande, los de Taurodelta deberían ordenarle a sus operarios que la tapien. El extremeño, a ratos, estuvo vulgar, perfilero y al hilo del pitón, sin mando, sólo acompañando la embestida de sus toros (y somos conscientes de que la estética no se encuentra entre sus virtudes); a ratos, en cambio, dejó muletazos buenos, con mando y por bajo. Un Guadiana. Fue, sin embargo, el mejor, con diferencia, de la terna. El confirmante Ángel Teruel confirmó lo que muchos sospechábamos: que tiene voluntad, pero no vale para torero. Y Castella firmó una tarde para el olvido: a pesar de sacar las bolitas menos afortunadas en el sorteo, a un matador de su rodaje no se le puede tolerar la tauromaquia despegada y brusca de la que hizo gala. Su banderillero, Javier Ambel, estuvo, en cambio, soberbio, cuadrando en la cara del toro como hacía tiempo que no se veía. Otro hombre de plata que merece una mención fue Joselito Gutiérrez.


El tatachín acabó a las diez en punto de la noche y con la luna creciente más que despuntada sobre el cielo isidril.

 

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