jueves, 9 de mayo de 2013

Mantoncito de Manila pa´las chulaponas guapas


Ya está aquí mayo, el mes de la verbena, los toros, las rosquillas, el chotis, el organillo, el mantón de Manila y el clavel reventón. El mes de Madrid. Este jueves arranca San Isidro. ¿Qué mas se le puede pedir a la vida?
 
Foto: Javier Arroyo
 
Mantoncito de Manila,
rico pañuelo chinés
que se ciñe y se perfila
de los hombros a los pies
como si de carne fuera.

Pañuelito japonés
que del rastro a la pradera
brillas como una bandera
del barrio de San Andrés.

Con tus vivos rosetones
más rojos que la sangría
del costado del Redentor,
saludas en los balcones
al Cristo de la Agonía
que pasa en las procesiones
al redoble del tambor.

Y en las noches de verbena,
cohetes y algarabía,
cuando la música suena,
como es gitana y morena
por manto te llevaría
la Virgen de la Almudena.


Mantón,
que siempre serás engañador y cruel,
y al paso prendiendo vas en tus flecos
un hombre en cada cairel,
y te los llevas detrás como si fueran
muñecos de papel.

El que acaricia el escote
con una caricia honrada,
el que tendido en la grada,
reluce más que el capote
de paseo del espada.

El que parece sufrir,
estremecerse y gritar,
cuando el torero al matar
está a punto de morir.

El que recuerdas al verte
cuando en el baile revuelas,
la novia de Luis Candelas
y el pañuelo de Reverte.

Pabellón de colorines,
reflejos y tornasoles,
espejo de los jardines españoles.
Esplendoroso y risueño
como una iluminación
en una noche de estío,
maravilloso mantón madrileño
por una vez,
tú eres mío.

(Luis Fernandez Ardavín)

"La moza tenía pañuelo azul claro por la cabeza y un mantón sobre los hombros, y en el momento de ver al Delfín [el heredero de los Santa Cruz], se infló con él, quiero decir, que hizo ese característico arqueo de brazos y alzamiento de hombros con que las madrileñas del pueblo se agasajan dentro del mantón, movimiento que les da cierta semejanza con una gallina que esponja su plumaje y se ahueca para volver luego a su volumen natural. Juanito no pecaba de corto, y al ver a la chica y observar lo linda que era y lo bien calzada que estaba, diéronle ganas de tomarse confianzas con ella […] Pensando esto, advirtió que la muchacha sacaba del mantón una mano con mitón encarnado y que se la llevaba a la boca" ("Fortunata y Jacinta" de Benito Pérez Galdós).
 

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