martes, 5 de marzo de 2013

Un oscuro objeto de deseo: la chiquita piconera

"El pintor la respetaba
lo mismo que algo sagrao
y su querer le ocultaba
porque era un hombre casao".


Gracias a un artículo de Juan Carlos de la Cal del año 2002, sabemos que Julio Romero de Torres no respetó tanto a su "chiquita piconera". María Teresa López tan sólo tenía 16 años cuando el cordobés la retrató en su último cuadro, donde posa calentándose los pies al abrigo de un brasero de carbón. La belleza racial de María Teresa, morena, delgada, huesuda, con una silueta que empezaba a despuntar y de grandes ojos negros como el cordobán, llamó profundamente la atención de Romero de Torres, un mujeriego consumado.

Retrato de María Teresa López

"¡Ay, chiquita piconera
mi piconera chiquita!
Esa carita de cera
a mí el sentío me quita.
 
Te voy pintando, pintando
al laíto del brasero
y a la vez me voy quemando
de lo mucho que te quiero.
 
¡Válgame San Rafael,
tener el agua tan cerca
y no poderla beber!"

 
 
Escribe Juan Carlos de la Cal: "Una tarde de invierno, a los pocos meses de llegar a Córdoba, Margarita, la mandadera que servía en casa de los Romero, cogió a Teresa de la mano y se la llevó directamente al estudio de Julio. “Vamos niña, que te voy a presentar a un señor muy importante amigo de tu padre que te quiere conocer”, le dijo a modo de introducción. “Eres muy guapa. Ven las tardes que puedas si quieres que te pinte”, le dijo él sin más preámbulos. Le pagaba tres pesetas por sesión, por quedarse inmóvil durante horas […] “Un verano noté que estaba nervioso. Entonces llegaba hasta mí y me estrujaba tanto que me hacía daño. Yo no me encontraba a gusto a pesar de que todavía era una niña y no sospechaba la razón de esos extraños abrazos. De repente, un día me propuso que me fuese a Madrid y que él me colocaría como modelo fija o de corista en algunas compañías de esas de variedades que tanto gustaban en la época. Como no sabía de lo que me hablaba no le hice caso. Pero empecé a tomarle miedo. Cuando nos quedábamos solos yo temblaba y estaba deseando que llegase alguien de la familia. No sabía por qué, pero no me gustaba...”, cuenta la propia María Teresa en unas memorias manuscritas".
"Ella rompió aquel cariño
y le dio un cambio a su vía,
y el pintor, igual que un niño,
lloró al mirarla perdía.

Y cambió hasta la línea de su pintura
y por calles y plazas lo vio la gente,
deshojando la rosa de su amargura,
como si en este mundo fuera un ausente".


Romero de Torres terminó el cuadro de "La Chiquita Piconera" tres meses antes de morir, el 10 de mayo de 1930, sin haber conseguido el amor de María Teresa.
"Dime, dime, puentecito,
puente de San Rafael.
Dime por qué caminito,
se lo han llevaíto,
para no volver.
¿Dónde está Julio Romero?
¿dónde está, por qué se fue?
Dímelo tú, puentecito,
puente de San Rafael.
Cordobesa, cordobesa,
quítate ese traje negro,
y mata en flor tu tristeza,
que vive Julio Romero.
Que duerme, que está durmiendo,
no llores que lo despiertas.
Y está velando su sueño,
su chiquita piconera".



“Al pintor se le atribuyen innumerables romances con todo tipo de mujeres: actrices, cantantes, sus propias modelos y hasta con alguna que otra dama de alta alcurnia. Sus biógrafos lo describen como un hombre de gallarda apostura que rayaba lo extraordinario cuando vestía la airosa capa y el sombrero cordobés; con gesto entre pensativo y desdeñoso, y ademán reposado. Los ojos maduros de mirar hondo, y la boca de finos labios sobre la cual se dibujaba un cuidado bigote. La frente despejada rematada por el cabello peinado a raya...
"Julio Romero de Torres pintó a la mujer morena
con los ojos de misterio y el alma llena de pena.
Puso en sus manos de bronce la guitarra cantaora
y en su bordón hay suspiros y en su capa una dolora".


Entre sus conquistas más famosas figura la actriz Elena Pardo –que posó para otro cuadro inacabado, precursor de La Chiquita piconera–, la bella modelo Carmen Serna, de la que se dice que murió de dolor pocos días después del fallecimiento del pintor; la cantante Dolores Castro, conocida como Dora, la cordobesita, y que acabó ilustrando la etiqueta de anís La Cordobesa; la bailarina sevillana Elisa Muñiz, Amarantina, que aparece reiteradamente en sus cuadros abrazada a una guitarra o recostada en un cojín con esa perturbadora belleza andaluza... En su estudio fue encontrado un cojín relleno con un montón de mechas de cabello de diferentes mujeres que el pintor coleccionaba como fetiches de sus amoríos o producto de los regalos inocentes de sus admiradoras".
"Morena, la de los rojos claveles,
la de la reja florida,
la reina de las mujeres.
Morena, la del bordado mantón,
la de la alegre guitarra,
la del clavel español".


Sobre la chiquita piconera, ser la musa adolescente de Julio Romero de Torres tuvo la amargura del tizón: “Ser la modelo del pintor ma amargó la vida”, afirma María Teresa. “Hasta mi padre me pegó un día al llegar a casa harto ya de tantas murmuraciones y poco menos que acusándome de haberme acostado con él. ¡Pero si yo no hice nada! Al poco tiempo me eché un novio y ni él mismo confiaba en mi virginidad. Estaba tan seguro de que me había acostado con el pintor que me obligó a hacer el amor antes de casarnos para comprobarlo. Cuando vio la sangre se quedó tranquilo”.
"Como escapada de un cuadro y en el sentir de una copla
toda España la venera y toda España la adora.
prenda con su taconeo la seguirilla de España
y en sus cantares morunos en la venta de Eritaña".


 

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