miércoles, 13 de marzo de 2013

El fracaso de un torero por culpa de las torrijas de su madre


La torrija, como todo manjar simple, es deliciosa. La torrija no es nada: es un pedazo de pan frito con aderezo de leche y azúcar. Y, sin embargo, la torrija se eleva a lo selecto, eso a lo que es tan difícil llegar, como escribir el castellano igual que fray Luis de Granada, sin aparente esfuerzo, porque sí, porque lo quiso Dios [...] Una torrija no se describe, se come, que es lo difícil, y se paladea, lo que es aún más complicado, y luego eleva uno los ojos al cielo, se bebe un vaso de vino y, después, otra torrija, y otra, y otra, y los vasos de vino congruentes. Y así los años necesarios hasta que la muerte llegue, en la seguridad de que Dios no nos pedirá cuentas. Y si lo hace, exhibiremos la lista de las torrijas comidas y de los vasos de vino injeridos. Total, la gloria eterna. Las torrijas no son un alimento. La torrija es lo superfluo. Un lujo que valía diez, quince céntimos. En los barrios bajos madrileños se hablaba de las torrijas como de los brillantes en la Quinta Avenida de Nueva York, con la misma naturalidad, pero con mayor deseo, porque eran más difíciles de obtener, pese a su baratura.

El borracho no es goloso. El que bebe vino necesita sabores agrios, pues al dulce le va bien el agua, ¿por qué, entonces, las torrijas, manjar dulzarrón, tenían ese éxito de asombro entre los bebedores? Misterios del costumbrismo.


La gloria de la divulgación de las torrijas entre el pueblo madrileño se debe por entero a la señora Dolores Ugarte, mujer de Antonio Sánchez Ruiz. Ella fue la artífice perfecta de esta joya culinaria insuperable [...] Y jamás dio a nadie la fórmula. Sus hijas las hacen buenas, bonísimas, pero no como aquellas de la señora Dolores [...] El primer Jueves Santo que hubo torrijas en la taberna del señor Antonio Sánchez, fue algo así como el descubrimiento de América. La gente no lo quería creer [...] ¡Ocho docenas de torrijas se llevó un día el señor duque de Tovar a su finca El Soto de Aldovea, para obsequiar con ellas a los Reyes de España, huéspedes suyos en una fiesta taurina de campo! Desde aquel Jueves Santo, cuya fecha no puedo precisar, vista la aceptación inusitada con que fueron recibidas, las torrijas se hicieron diariamente en casa de Antonio Sánchez [...] Llegaron a venderse hasta dos mil diarias. En un gran perol de aceite, hirviendo durante todo el día, iban friéndose torrijas y torrijas. Dos mujeres no descansaban en la tarea de partir en rodajas los panecillos, cuatrocientos panecillos. La compra de una máquina simplificó mucho esta tarea. Las fuentes de torrijas se sucedían en el mostrador, y apenas llegadas quedábanse vacías.

- ¡Al cochero, lo que quiera, y al caballo una torrija!


[...] ¡Fuentes de torrijas como lingotes de oro espolvoreados de la plata del azúcar! [...] No se sabe por qué, quizá por razón de oficio, los albañiles han sido los mayores consumidores de torrijas. Tal vez, colocadas simétricamente en las fuentes, les parecían ladrillos que cogían para ir colocándolos en la pared medianera de sus estómagos. Y a propósito, ¡qué buenos estómagos ha habido en Madrid! [...] Otra ventaja de las torrijas radicaba en que se podían comer a cualquier hora. Siempre venían bien, siempre reconfortaban, siempre pedían vino detrás. Una fuente de torrijas de casa de Antonio Sánchez era el Perú de los barrios bajos.

En las tardes de triunfo de Antonio Sánchez hijo en la plaza de toros de Madrid, resonaba por los tendidos de sol un grito triunfal. Éste: "¡Viva el Torrija!". Antonio Sánchez, al oírlo, se estremecía. "¿Me lo dirán en guasa?", se preguntaba [...] El señor Antonio padre cuenta que un día, un lunes, bajó a la estación  del Mediodía a retirar un vagón de vino. En la espera de los trámites enreda conversación con un ferroviario. Éste le pregunta:

- ¿Estuvo usted ayer en los toros?
- No, señor.
- Pues yo sí. Fui a ver a ese Antonio Sánchez que decían si era tan valiente, y ná, no hizo ná. ¿No le ha visto usted torear?
- No, señor.
- No se ha perdido usted ná. Dicen que ha tenido tantos éxitos en Madrid porque su padre, que es tabernero, regala los días que torea su hijo torrijas y vino a todo el barrio del Mesón de Paredes. Y claro, luego, en la plaza, ¡pues el desmiguen!


[...] - A mí -dice ahora con el pelo ya cano, Antonio Sánchez hijo- me perjudicó mucho en mi vida torera la fama de las torrijas de mi casa.

ANTONIO DÍAZ-CAÑABATE
Historia de una taberna (1947)


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