martes, 26 de febrero de 2013

Opiniones femeninas

"A María Caballé, la Venus de Alabastro no la satisfacen los toreros como tipo ideal; pero en cambio, aboga por la castidad y la belleza del desnudo"
Por: María Teresa Borragán (entrevista publicada en "Toros y Deportes").

Retrato de la actriz María Caballé por Julio Romero de Torres

Sobre el gran espejo donde los reflectores ponen sus raudales de luz, triunfa el cuerpo de Maruja como una sonata pálida en cuyas armonías se hubiera hundido el atrayente abismo de sus pupilas tenebrosas […] La kimona de Maruja se ha entreabierto levemente y, por la abertura negra, destaca el cuerpo blanco y terso como un alabastro de impecable estructura milagrosamente vivificado.
La cabeza griega de Maruja, en que las trenzas, rebeldes a la moda, se recogen sobre la nuca con sobriedad ética, me hace recordar las bellas estatuas del Partenón o las graciosas flautistas de Alma Thadema, y pienso: "¡Es muy interesante esta mujer!"... Con esa perspicacia femenina que hace que nos equivoquemos muy pocas veces, la Caballé adivina mi simpatía, pues es la primera vez que tomo por mujer a muñecas de esta especie, y, sonriendo de manera encantadora:
- Puede usted preguntarme cuanto quiera - dice.
- ¿Tan segura está usted de que todo va a poder contestarme?
- Sí, porque la juzgo con talento suficiente para no hacer preguntas que la delicadeza y el buen gusto deben callar.
- Las mujeres como usted pueden decirlo todo.
- No, señora, ninguna mujer puede decirlo todo sin arriesgar lo más estimable.
- Tiene usted razón y la felicito, pero no se preocupe. Por hoy, sólo me interesa saber si le gustan los toros.
- Pues... no soy muy aficionada a ellos. Me gusta la fiesta; los preparativos... el ambiente de la plaza en que todo es luz, alegría y color. Ante el entusiasmo de las multitudes, que se disputan y esperan ebrias de pasión la salida de los ídolos, llego a contagiarme y, cuando estalla el pasodoble bravío; cuando los ojos de las mujeres avizoran ansiosos la arena en tanto aletean las mantillas sobre el nervioso ritmo de los abanicos, hechos arma de combate...; cuando pisa la cuadrilla el ruedo y el sol se quiebra en los fastuosos alamares de los dorados arlequines... mis manos se unen para aplaudir...; pero dura esta exaltación hasta que sale el primer toro.
- ¿Y entonces?
- Acabó la fiesta para mí. Como de arte taurino no sé un pitoche, no puedo juzgar lo acertado o desacertado de tal o cual faena. Solo sé que en todo aquel juego hay un riesgo inminente, y sufro por los toreros, por los caballos; sufro por todo, cosa que no me impide disfrutar. No vaya usted a creer que por esto soy como la mayoría de esos que piensan que es la fiesta más bárbara; no señora. Prefiero ver matar un toro, a ver pegarse de puñetazos a dos hombres.
- ¿Y no le interesa ningún torero?
- Ninguno. Como profesionales, no sé juzgarles; como hombres, no son mi tipo. En lugar de esa admiración al muñeco de seda que sienten la mayoría de las mujeres, yo siento una lástima profunda, pensando en lo que van a exponer. Y sólo por eso, los admiro a todos. Unos, dicen que son miedosos; otros arriesgados; otros pintureros o elegantes... yo no sé; pero los juzgo a todos héroes. Porque mire que se necesita valor para, a los veinte o veinticinco años...; cuando la vida sonríe ebria de ilusiones y de promesas, exponerse a perderla en ese momento. Y estas cosas son las que me atormentan en cuanto el bicho pisa la arena y arremete con fiereza contra la habilidad del diestro.
En cuanto veo que un torero se arrima mucho, ante ese gesto de osadía que atrae las miradas ansiosas de las mujeres y azuza el salvaje instinto de la multitud, yo cierro los ojos sin que apenas pueda abrirlos ante el temor de que, sobre la arena ebria de solo, sólo quede el toro ensañándose fieramente con el cuerpo enangrentado. Le aseguro a usted que en vez de grandes emociones, me produce la fiesta grandes sustos.
- ¿Y ni siquiera para una aventura fugaz ha llegado a interesarla algún torero?
- No amo esa clase de aventuras que ni siquiera rozan la piel, señora. Yo soy una mujer de corazón y necesito vivir intensamente.
La bella actriz y vedette de revista María Caballé (1927)

- ¿Encuentra bella la vida?
- ¡Lo más...!
- ¿Se ha enamorado usted de veras?
- ¡Sí!... Soy una enamorada del Amor. Más que por lo que hay en ellos, amo a los hombres por lo que nuestro afán y nuestra fantasía les atribuye. Yo no he tenido desengaños porque nunca me he sentido incomprendida. Solamente dejó de comprenderme el hombre que más obligación tenía... y no le guardo rencor; hasta somos buenos amigos.
- ¿Cómo es su tipo?
No me complique la vida. No creo en el tipo definido. Cuando una llega a querer a un hombre, sepa usted por qué, no se da cuenta si tiene los ojos azules o negros; en estas cosas, se fija una después. Yo no me he enamorado nunca del hombre por su  físico, sino por sus cualidades morales; por su simpatía.
- ¿Qué cualidad es la que más estima en ellos?
- El talento. Tanto en los hombres como en las mujeres, lo esencial para que simpaticen, es que sean inteligentes.
- ¿Amó usted mucho?
- En pretérito y en presente, señora; pero corra usted un velo, porque hay cosas que resultan mejor en el misterio...

Y Marujita, tocando su cabeza con un arrogante casco de plumas, sale a escena donde, su carne de nardos aprisionada por la púdica caricia de las mallas... triunfa como un mármol inmortal en que palpitara todo el ritmo y todo el encanto de vivir.

Nota: María Caballé fue una actriz muy popular en el teatro de revista durante los años veinte. Gracias a su belleza, elegancia y desparpajo, debutó en el género de la zarzuela con "La niña de los besos". Después llegaron espectáculos como "Arco Iris" (1922), "La tierra de Carmen" (1923), "Rosa de fuego" (1924) o "En plena locura" (1928), donde destacó por sus dotes interpretativas y deslumbrante vestuario. También trabajó en varias películas, entre ellas "Frivolinas" (1927) y "Pepe-Hillo" (1928). En esta última, actuó junto al diestro Ángel Alcaraz. Se retiró de los escenarios cuando terminó la Guerra Civil. Su hermana, Emilia Caballé, una de las "tres gracias de 1928" junto a Tina de Jarque e Isabelita Ruiz, también cosechó un enorme éxito como vedette.

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