miércoles, 16 de enero de 2013

Torero viejo


Esto acabó pa’ los restos
le tengo miedo a tus veinte años,
a tu boca fresca
y a tu pelo negro.
Yo estoy bajando la cuesta,
y tú la vienes subiendo.

Yo que siempre toreé
lo que salió del chiquero,
que me plantaba en la arena
igual que un árbol flamenco.

Que no dobla ante la lluvia,
ni ante los más grandes vientos.

Y no me tembló la mano,
a mi no me tembló la mano
ante los toros más fieros.
Aquí me tienes temblado
delante tus ojos negros,
que me han dado la corná más grande
de todos los tiempos.
Ayer te brindé ese toro
con el que me fui del ruedo,
y ese toro me lo dijo,
que ya estoy bastante viejo.
Que no tengo más que planta,
yo no tengo más que planta
y fama de gran torero.

¡No, no me interrumpas, Rocío!
Esto acabó pa’ los restos.
Es mucho más peligroso
torear a tus ojos negros.
Que cuando pasen los años,
si Dios me tiene despierto,
esos dos ojos bonitos
querrán seguir embistiendo.
Yo, yo no podré torear
y me comerán los celos
viendo que otros te miran
rondando tu talle nuevo.

Devolverte libertad,
es lo justo y lo sincero.

Verás como Dios te manda
un hombre joven y bueno,
y te acordaras de mí
para agradecerme esto.
Estos dos años contigo,
yo sé que no tienen precio,
hombre más feliz que yo
si lo busco, no lo encuentro.
Devolverte libertad
es lo justo y lo sincero.
Esta casa es la tuya,
soy yo quien se va del ruedo,
mañana pongo a tu nombre
lo poco o mucho que tengo.
Yo, con un poco de sol
y con mi caballo viejo,
es suficiente y me sobra
pa’ ver los toros de lejos.

Te voy a tener presente
por las noches, cuando rezo,
reza tú también por mí,
que yo sin ti, yo sin ti estoy muerto.
Cuando yo cruce esa puerta,
cruz y raya pa’ los restos.
Tú estas como juez de plaza,
padre nuestro de los cielos,
ordena que me concedan
el mejor de los trofeos.
Que esta es la mejor faena,
esta es la mejor faena,
de mi vida de torero.
(Hay dudas sobre la autoría de este poema:
Federico Garibay Anaya lo declamaba como los ángeles,
pero otros creen que lo firmó Agustín Rivero)

"En primer lugar, no soy viejo, y en segundo... no estoy tan viejo"

Los verdaderos toreros jamás envejecen: se hacen más majestuosos. Como los dioses clásicos, el tiempo no pasa por ellos porque son inmortales.

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