jueves, 10 de enero de 2013

Helada de enero


"Siempre, en estos meses, se vive con el temor a la helada. Es una muerte nocturna y segura que viene todos los años a hacer de las suyas. Trae poco y se lleva lo que puede, aceituna o pegujal. Hija de los cielos serenos y de las noches claras, invisible y extensa, deja su huella por los campos, blancos al amanecer, aterida la planta, encogido el fruto.
 
- ¡Buena ha caído esta noche!

 
Y el resuello humea en el aire. No hay quien se asome a la puerta. Les tiembla todo el mundo.
Las manda, sin duda, el hielo durísimo de las estrellas a besar la tierra, en unas nupcias tremendas, que detienen la vida, en medio del silencio de la noche. Su cuerpo de amante inmenso y mortal, queda extendido en desolación y blancura sobre el campo.

 
Por las mañanas no hay quien se mueva. Se engarrotan hombres y plantas. Todo va hacia los adentros. El pegujal se encepa, busca el calorcillo interior de la tierra, echa su fuerza hacia abajo. La aceituna sin madurar se avinata y empequeñece, y la cortedad de los días no da tiempo al sol de rodear los olivos y deja en su lado norte que la helada de una noche aguarde a la de otra.
 
- ¡La que va a caer!

 
Y el cielo está impasible, preparándose. Y apenas oscurecido, con las últimas luces y las primeras estrellas, invisible, sobre la tierra inerme, sobre la plantilla recién despuntada, sobre la flor que se adelantó y el caminante retrasado, sobre las aves, comenzará a caer la helada.

 
Mañana se hallarán dondequiera sus despojos. Y hombres y animales se anunciarán con una larga vaharada. Sobre el paisaje se cernirá un halo, un velo de niebla que hará fantásticas las perspectivas, tiernas las lejanías, íntimo el campo".

(José Antonio Muñoz Rojas)
 
Jamás olvidaré aquella helada...


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