miércoles, 5 de septiembre de 2012

Maletillas (I)

Esta noche me ha dado por escribir sobre los maletillas. Y alguno pensará: "Ya son ganas de tocar los costados ponerse a hablar de maletillas justo el día triunfal en que los toros han vuelto a la televisión pública tras seis años en el exilio". Pues sí. El asunto televisivo no me inspira, para qué andar con paños calientes. Ya advertí que en este blog se viene a remar a contracorriente y a picar en la contraquerencia. Demos, pues, ejemplo de ello. De cualquier manera, al final de esta reflexión también habrá unas líneas para Juli, Manzanares y Talavante, por lo que el descarrilamiento no será total.

Para los no iniciados en el planeta de los toros, hay que apuntar que esto de los maletillas no tiene nada que ver con maletas pequeñas. Javier Villán define así a un maletilla: "aprendiz de torero que con la esperanza de pegar unos muletazos en los tentaderos vagaba por caminos y dehesas, con una maletilla en la mano o un hatillo al hombro donde guardaba sus trebejos de torear. Hoy es una figura inexistente, pues las ambiciones del torero se canalizan a través de las escuelas taurinas. El maletilla o capa era una pasión existencial y taurina, producto del subdesarrollo y del hambre, bases sobre las que se asentaba la vocación de torero". Es decir: sólo las sociedades tiesas y caninas han producido grandes toreros.


¿Y por qué me he acordado de los maletillas? ¿Por la sempiterna crisis? Ni mucho menos. La razón ha sido un artículo de Paco Cañamero donde cuenta que varias ganaderías charras han sido asaltadas por "neo-capas" que se dedican a torear camadas completas de añojos dejándolas inservibles para su lidia en la plaza. Además de esta noticia, la otra fuente de iluminación para resucitar el tema de los maletillas ha venido de la gran luna llena del pasado 31 de agosto -la segunda en ese mes- que los modernos han bautizado como "Blue Moon". Y bajo la luz de aquella luna, que era de cualquier manera menos azul, recordé los comienzos de Juan Belmonte, a orillas del Guadalquivir, por la dehesa de La Tablada, con los cardos hasta las rodillas, toreando desnudo y armado con una endeble chaquetilla en plena noche hasta que la Guardia Civil intentaba echarle mano. Estas escenas tenían lugar a comienzos del siglo XX.

Años más tarde, en la década de los 40-50, el aprendizaje seguía siendo duro. Tras entrenarse en el campo, los maletillas se lanzaban al ruedo como espontáneos con el objetivo de llamar la atención o se anunciaban en plazas de carros y talanqueras. Lo explicaba de esta manera Antonio Díaz-Cañabate: "Había que salir en los pueblos, en las capeas, y en estas capeas pueblerinas el publiquito no estaba precisamente formado por socios de la Sociedad Protectora de Animales. Gente ruda. Algunos escritores sentimentales la calificaban de salvaje. Exageración evidente. Total: porque le gustaba la sangre, la sangre de los toros y la sangre de los toreros. Si no había sangre no se divertían. Hay que tener en cuenta que, por entonces, en los pueblos no existían muchas distracciones, y las mozas y los mozos, tenían necesidad de expansionarse una chispita una vez al año con ocasión de la fiesta del Santo Patrono de la localidad; las mozas eran peor que los mozos, más implacables, más chillonas, más crueles. Las pobrecitas gritaban a los toreros con sus voces dulces y acariciadoras, hechas para el arrullo maternal:
-¡Anda, ladrón, cobarde, déjate coger, que para eso te paga el Ayuntamiento!
-¡Ay, ay, ay, no corras, sinvergüenza! ¡Epifanio, dale un garrotazo en la mano a ese maula, pa que se suelte de los palos!
Y Epifanio obedecía y le soltaba al pobre torerillo encaramado en los palos de los tablados de la improvisada plaza dos garrotazos tremendos, y el torerillo se iba en busca del toro, como quien se acoge al mal menor. En las corridas de pueblo, el toro era lo menos peligroso".

En esto consistía la sacrificada vida del maletilla, impensable en nuestros tiempos. En 1958, Ochaíta y Valerio escribieron la letra de una canción en homenaje a estos personajes que, de forma magistral, interpretó Juanito Valderrama, "El Jilguero Torredelcampo":

"Arríen la bandera de la plaza, 
apaguen ese sol que arriba arde, 
que yo no quiero ver qué es lo que pasa 
si sale el tercer toro de la tarde. 
Quisiera no mirarlo y ya le veo, 
oculto entre la gente al chavalillo 
que sueña con la gloria del toreo 
y ciego va a saltar, 
va a saltar hasta el anillo"

¿Y qué tienen que ver en esta historia Juli, Manzanares y Talavante? Eso lo contaré mañana que, al hablar de lunas, me ha entrado sueño.

2 comentarios:

  1. El maletilla de los setenta que yo conocí no era tanto un aprendiz aspirante a torero sino un torero que no había llegado a serlo de luces. Era un seudo profesional de los toros que se recorría los pueblos en las fiestas patronales para torear lo que podía y como podía (por la mañana) en el encierro y (por la tarde) en la capea, y después dar la vuelta a la plaza para recoger, en lugar de aplausos, unos pocos duros y pesetas sobre el capote. Los había valientes. Recuerdo a uno que toreaba hasta al cabestro Samuel.
    Personaje entrañable, el maletilla.

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  2. Me acordé y encontré esto que escribió Manuel Benítez Carrasco, a propósito de los maletillas:

    "Maletilla

    ¡Torero en flor, maletilla!
    Un capote para el hambre
    y el sudor de cada día,
    y los bolsillos del miedo
    llenitos de valentía.

    ¡Y fantasía!

    Ya desfilan por el ruedo
    tus sueños y tu cuadrilla.
    ¿El toro? ¿Qué importa el toro?
    Lo que importa es cómo brilla
    tu traje al sol, ¡chorro de oro!
    maletilla.

    Un aire de pan caliente,
    un torito candeal
    cruza rumorosamente
    mugiendo por el trigal
    ¿Para cuándo, maletilla,
    tu capote de percal?

    ¡Ay, si supiera la gente,
    maletilla,
    cuánto capotazo al hambre
    por un par de zapatillas..!

    ¡Ay, si la gente supiera
    lo que cuesta una montera,
    maletilla!"

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