jueves, 27 de septiembre de 2012

Las lenguas de vecindonas


Con el final de las vacaciones de verano, cientos de municipios españoles vuelven a quedar vacíos y fantasmagóricos. En ellos, apenas permanecen una docena de nativos que atrancan bien puertas y ventanas ante la llegada del otoño. No hay niños por las calles, el único bar cierra, también la tienda, y sólo de cuando en cuando pasa una furgoneta de reparto de pan. Ya nadie quiere vivir en los pueblos. En Italia, en cambio, la crisis ha provocado el regreso con la "mamma": un éxodo masivo a la casa familiar de toda la vida, a orillas de la olla y el brasero. Cuando el hambre aprieta, las luces de la ciudad no deslumbran tanto. En España nos resistimos más, aunque poco a poco también vamos sucumbiendo. “El número de llamadas que recibimos de gente buscando una oportunidad porque ya no tienen empleo en la ciudad crece de manera abrumadora", aseguran desde una organización llamada "Abraza la Tierra" (¡manda güevos el nombre!). Probablemente, sólo hay una cosa que separa a los españoles del guiso de la "mamma" ibérica: las lenguas de vecindonas.

"Yo no escucho lo que dicen las lenguas de vecindonas,
porque de sobra yo sé por quién está su persona.

Cinco luceros azules alumbran cinco farolas,
desde su casa a mi casa,
desde su boca a mi boca.

Cinco añitos que le quiero,
cinco añitos que me adora.
La mala gente ¡qué sabe!
qué sabe de nuestras cosas.

Si yo sé que me quiere como le quiero
pa' qué darle tres cuartos al pregonero..."


El invierno en los pueblos resulta largo y no hay muchas diversiones... ¡si al menos soltaran un novillo regordío por las calles de vez en cuando! Todo es igual día tras día: la misma calle, los mismos balcones, las mismas piedras, el mismo perro. Por eso no hay que quitarle ojo a la casa del vecino, incluso a los detalles más prosaicos: ¿qué hará? ¿con quién estará? ¿quién ha llamado a la puerta? ¿quién es ése que se ha instalado con don Fulano? Hasta la ropa colgada en el tendedero puede animar una tediosa mañana de jueves.

"A las claritas del día,
a las claritas del día,
tu ropa a los cuatro vientos,
meciendose con la mía.
Sevilla de comentarios,
desde Triana a San Gil,
poniendonos a diario,
como hoja de perejil".


A veces se ven unas cosas tremendas. ¿Será posible que la niña de doña Inés esté saliendo con un hombre que ya peina canas? ¡Y lo pasea por la Calle Real!

"Cuando nos vieron del brazo,
bajar platicando la Calle Real,
pa' las comadres del pueblo
fue la letanía de nunca acabar:
Que si puede ser su pare...
Que es mucho lo que ha corrío...
Que un hombre así, de sus años,
no es bueno para marío..."


La envidia de las cotorronas en los pueblos viene de antiguo y se menciona hasta en las novelas. Fíjense en este fragmento de "La Colmena" de Camilo José Cela:

- Déjeme que me presente: soy la señora de Gutiérrez, doña María Ranero de Gutiérrez; tome usted mi tarjeta, ahí va la dirección. Mi esposo y yo vivimos en Tomelloso, en la provincia de Ciudad Real, donde tenemos la hacienda, unas finquitas de las que vivimos.
- Ya, ya.
- Sí. Pero ahora ya nos hemos hartado de pueblo, ahora queremos liquidar todo aquello y venirnos a vivir a Madrid. Aquello, desde la guerra, se puso muy mal, siempre hay envidias, malos quereres, ya sabe usted.

Los malos quereres son el impuesto a pagar por meter la nariz en el rico puchero en la casa del pueblo. Por ello, cuesta trabajo hacer la maleta y dejar atrás la gran ciudad anónima... maldita sea la gente.


"Ya podéis hablar de mí
Porque a ningún hombre quiero
Ahora sí podéis decir,
que me sobra el mundo entero...
La gente, tiene la gente,
maldita la condición
de quién no habla frente a frente
y murmura sin razón".

"Calle Mayor" (Juan Antonio Bardem, 1956)

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